El invitado

NUBEDIL, nombre genérico de la Obra -compuesta por El InvitadoEl Día del Estudiante, Las Inquisiciones, El Lago, Junín, Pringles y Brumas-, transcurre en Córdoba (Argentina), a finales de los años 60. Es una historia de amor, sitiada por sus propias circunstancias, que lucha por ser contada, entre tanto como la rodea. El Invitado, primera novela del ciclo, viene a ser, como dice uno de sus personajes, “el programa de mano” que enuncia dicha historia. Partiendo desde el Cordobazo, la revuelta popular del 69, un juego paralelo de voces acompaña la prehistoria del protagonista, acercando a éste hacia su destino. Intentando reflejar también, en forma y contenido, esa mezcla de confusión, luchas y esperanzas que marcaron aquella época y la memoria de los supervivientes.

 

 

“El Invitado”, de Jorge Lara

     “Pequeñas historias, de pequeños hombres y mujeres.” Dice el autor cuando se le pregunta. No le crean. Juega con esa idea y con nosotros. Los que queremos y sabemos jugar.

     Desde el primer momento me fascinó la soltura, la aparente –o real- despreocupación, con que va dejando caer las cartas boca arriba. Comprendí que no habría engaño. Abría la partida. Nos invitaba a compartirla con él. A saltar, en este inicio confuso –como todo inicio- de un tiempo a otro, de una voz a otra, guardando datos, buscando lo que él busca en el recuerdo.

     Y había que tomárselo con calma. Bajarse de la bicicleta, cruzar ese puente, y también la niebla que separa al que lee de quien lo escribió.

     En fin, la foto de portada a veces funciona como debería hacerlo siempre: como la sugerente puerta de un libro.

     Extraño libro. Hasta la aparición del personaje central parece respetar las condiciones de un largo asedio. De este prólogo a un largo asedio.
Contra todas las reglas y conveniencias no es unívoca ni inmediata.  Surge con lentitud, dibujándose a partir de los fragmentos que vamos recibiendo. Tarda en ser el protagonista. Y quizás hasta cede ese protagonismo, a favor de aquellos que lo buscan o evocan.

     El amigo médico, el Elejota, el Coso… ¿Juego de heterónimos, que la distancia y el tiempo provocan? Apostaría mis naipes a eso. Apuesto sin miedo por este “programa de mano”. Obertura más bien. Telón arriba, mostrando los decorados de la época, su prehistoria y la del protagonista, el director de escena marcando detalles a lo Kantor, en un rincón la cocina del escritor, y una pareja que ensaya y repite su entrada a Nubedil.

     Pocas veces se nos invitará, como lectores, a una experiencia así. Pocos autores se atreven a desentrañar, o sea a mostrarnos las entrañas del mundo a narrar, tan honesta y naturalmente. Pocos libros nos ofrecen un estilo tan propio, un humor, y una prosa musical de semejante riqueza.

     ¿Pequeñas historias…? No le crean. En cuanto salga el próximo me darán la razón.

Armand Congost.

El+Invitado+CUBIERTA[1]
El día del Estudiante

     21 de septiembre de 1972. En Argentina, Día del Estudiante, festividad marcada en rojo en el calendario escolar. Aunque por otros motivos, para el protagonista también se convierte en una fecha teñida por ese color, y en la que deberá encontrar tanto las causas que lo llevaron hasta ahí, como los medios para sobrevivir a ello.

     Esta obsesiva búsqueda en el tiempo vivido, mezclada a lo que le va sucediendo a lo largo del día, componen el material del que irá surgiendo Nubedil.

     En El invitado, primer libro de la serie, se nos ofrecía un detallado panorama de este particular universo y las claves de acceso. Ahora entramos de lleno en él, junto al personaje central, acompañando las voces que a él lo acompañan y descifran.

 

"El Día del Estudiante"  de  Jorge Lara

     Un estilo desenfadadamente original. Un puzzle, ensamblado con la perfección de quien sabe a lo que juega. Un cóctel de literaturas absorbidas, cimentando su propio y conseguido lenguaje. Sensualidad, humor, introspección, absurdo, todo tiene lugar en esta constante experimentación formal y de profundo alcance. Estampas fotográficas, montaje de escenografías, escenas teatrales, diálogos radiofónicos, la música como referencia y como un ritmo interno que impregna y subraya los distintos climas. Nadie puede escapar de las influencias culturales que nos rodean. Pero Jorge Lara parece llamarlas, sincretizarse con ellas, para que lo ayuden a contar. La universalidad y la hibridez del arte al servicio de este gran perseguidor.

     La columna vertebral, el hecho causal de la novela, es ese hoy del 21 de Setiembre del 72. El compás de espera de las horas, distanciadas e interminables para quien espera. Un hallazgo irreverente, atrevido, aunque magnífico, para quienes nos vemos obligados, en éste y los próximos libros, a esperar con él la resolución. Los restantes capítulos son un viaje por su memoria. La exhaustiva revisión que él mismo se impone para entender lo sucedido.

     La Historia narra lo vivido en esa casa desde el comienzo de la relación, casi tres años y medio atrás. Las Voces descienden, en un magisterio del diálogo, dibujando a los protagonistas infinitamente mejor que cualquier descripción al uso. Nubedil es la invocación de lo posible y lo imposible tras la figura amada, la desesperada voluntad de corporizar el neologismo. Los Papeles Arrugados son la traición del autor a su personaje. El robo y planchado de sus desechados poemas, para separar, quizás no tan caprichosamente, algunos capítulos. El Recuerdo es eso: Remembranza de hechos o situaciones, que de repente saltan y se agregan, por derecho propio, a la batalla emprendida con el pasado. Y las Catch 21 la única trampa –así podría traducirse el término-. Las trampas de una imaginación que desea, y el cansado escepticismo que las niega o tergiversa.

     Como lector activo reivindico el disfrute y el respeto que libros así nos proporcionan. Como Crítico lo recomiendo, y deseo no nos haga esperar mucho con el próximo.

Raúl Duarte

El dia del estudiante
El remero insomne

     El Remero Insomne quizás sea un único poema, fragmentado en variaciones, progresiones, y reflexivos juegos, que lo complementan en círculo, o completan el círculo creativo. A grandes alturas corresponden grandes profundidades. Aquí un altísimo aliento poético navega sobre la profundidad de sus ideas. El lenguaje, cuidadamente simple y preciso, ofrece una cadena de variaciones, incluso distintas lecturas, del tema central. La reflexión calma, la melancolía, la pintura exacta de cada cuadro, el humor distante, la continua belleza faenada por este buscador de metáforas en estado de gracia, hacen de El Remero Insomne un libro a releer cada vez que el espíritu precisa su alimento.

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"El Remero Insomne"  de  Jorge Lara

     ¿Escribir poesía quita el sueño? Quizá el poeta se transforme, al escribir, en un remero insomne. ¿Dónde, cuándo, empieza y acaba el acto mismo de escribir poesía? “Ese estallido, donde se origina el poema, es anterior a la técnica, anterior a la razón”-como decía Joyce Carol Oates. El metafórico término “estallido”, tan preciso para señalar lo que otros llaman epifanía o revelación, tiene lugar, efectivamente, fuera del lenguaje, en el momento en que el poema se concibe y moviliza una fuerza enorme, la del impulso creativo.

     En ese momento el poeta convoca, cual un visionario, a sus tres estados de conciencia: la emoción, aparejada a una sensación de descubrimiento o re-descubrimiento de algo ya sabido; la intuición de su “visión” encierra una promesa de lenguaje, además de un sentido; y la convicción de que ha entrado en contacto, así sea de manera efímera, con el misterio o lo trascendente. Todos estos movimientos internos tienen lugar en lo que se ha llamado razón poética, que no es otra cosa que “una especial actitud cognoscitiva, un modo en que la razón permite que las cosas hallen su lugar y se hagan visibles”.

    Para que el poema nazca es necesario que ese primer impulso creativo se sostenga, persevere, en un tiempo corto o largo. Pero, en este poemario, el poema surge definitivamente orgásmico.

     Describe ese primer momento en que el poeta se enfrenta al blanco del papel, a la tierra baldía de Eliot, mientras sujeta el lápiz en su mano, esa mano que va a dar forma a lo que asoma en su cerebro. “El lápiz y el papel/ la idea flota/ya.”

     Cuando el momento de escribir le llega es porque la forma se le ha insinuado, escoge la dirección, el tipo de lenguaje, el símbolo. Y ese andar estará acompañado de una tensión entre lo puramente racional (la voluntad, el conocimiento) y las oscuridades de su inconsciente. “Brota/ anudada aún/ indecisa.” “Entre ambos/ mudos/ mundos/ vocalizando silencios.”

     Por una parte, y dado que el lenguaje poético exige desprenderse de las leyes estrictas del pensamiento racional, para encontrar la hondura de lo no dicho, el poeta desata el pensamiento simbólico, su capacidad asociativa, y entra en un proceso de relación con su lengua que la lleva a violentarla, hasta hacerla “hablar” de una manera expresiva. Y por otra parte, y al mismo tiempo, mantiene aquella rienda que tira y afloja: la de la reflexión sobre el acto de escribir, nacida en parte de la conciencia de que pertenece a un tiempo y una tradición que puede perpetuar y o subvertir, y la de unas referencias muy amplias y no necesariamente literarias. Así “surge un barquito/ de papel”, “a la deriva la nave/ echa a andar”. Esa “nave”, que está “hecha de palabras.” Las cuales surgen y se vocalizan con dolor, como si fueran producto de un parto, en un proceso continuo de Gestalt. Son despedidas por el poeta, una vez pronunciadas, para luego “quedarse sin lágrimas en el tintero.” El escritor se convierte en un “marinero de fortuna”, porque es capaz de crear. Va armando las frases, las estrofas, “pescando fantasmas” de desechos, y armando el puzle. Anda y desanda el camino de la creación, una y otra vez, porque la idea se rompe “una y otra vez”, en un retorno continuo, siempre en ritmo circular. Otra vez la idea viene de su abismo, “como un pescador de perlas / rompe el agua.” Y el recuerdo “cae herido de palabras”. Pero ha de luchar contra esos elementos, erguirse para no desfallecer ante el dolor del recuerdo, siempre “aferrado al mástil/ como si un lápiz fuera/” hasta que el papel se llene de signos y se desborde, a punto de hacer agua. Entonces se ata a ese mástil, como Ulises, y escucha y supera la tormenta que amaina, y domina los elementos.

     ¿Eran propicios para ese viaje? Piensa que sí. Que la calma de estar en la buena senda tendrá su premio en el puerto, tras el “canto de las sirenas” al final del viaje, cuando de dicha y placer “babea salado”. Pero el tiempo sigue, continua la odisea. Y otra vez se da el naufragio de signos, la incertidumbre de la creación. El poeta es un Robinson anclado en su isla, “polinesias de papel”. Su mente va de una a otra imagen, recortando sonidos y perfiles. Acelera el ritmo de escritura cuando “sale el sol sobre la arena”, el pensamiento surgiendo claro. Pensamientos “como pájaros azules” que devienen en tristeza, hasta convertirse en tormenta, azotándolo. La melancolía “llueve sobre los versos”. Sabe que éstos fluyen “A veces agua lenta”, “A veces/en cascada”. Sabe de la profundidad, del oscuro sentido que guardan: “bajo las piedras duerme el musgo”. Pero no se puede distraer en ello, porque el poema “canta su mañana”, lanza su voz “contra las estrellas de la noche”. El poeta no quiere hacer un outburst de romanticismo barato; ha de luchar contra esos elementos también, contra los dictados del corazón, buscar la sublimación, la pureza del término exacto, sin ornamentos, para expresar lo profundo de su alma. Escribe lo poco que sale de ese trabajo. Sus palabras son “frágiles luciérnagas”, contrapuestas a la oscuridad de la espera, en el momento exacto en que surgen. Sufre la espera con quejas de “amante insatisfecho”. Siempre el deseo de escribir le estará “golpeando las puertas de mañana.”

     Cuaja el autor todas sus lecturas de poesía en su poesía, las voces de todos los poetas en la suya, con el toque personal de una inteligencia hecha palabras. Esto, cuajar intuiciones, pensamientos y elecciones literarias, en palabras, es un acto intelectual que supone distanciamiento. Paradójicamente, el poeta se encuentra a sí mismo en su obra. Pero también se aparta de lo que sabe de sí, pues el mejor poema, creo, es aquel que termina por revelarle algo.

     La eliminación de elementos innecesarios, la búsqueda de precisión y sobriedad, se plasman en el estilo de estos versos como en una partitura: economía más noción de ritmo (eufonía) y música. No de eufonía en el sentido de términos bonitos, sino la que aflora de un dibujo sintáctico, que al haber eliminado todo lo desechable, todo lo superfluo, muestra la pura melodía, en su más alta pureza.

     Este poemario, esta creación poética, habla de la creación poética. Es encuentro con uno mismo y es revelación. Es el trabajo de maduración de una voz, eminentemente poética, y la música del alma. Es el tiempo que se extiende, desde que los primeros versos brotan en forma lírica, y se vuelven símbolos en forma de escritura, hasta que decide el poema su aparte. No cae en el determinismo de la “finalización” o “terminación”, les deja espacio para que bailen, se persigan, se glosen burlonamente, encadenen, o corrijan. Pero esa ronda que danzan no precisa correcciones. Este poemario es redondo. Satisface plenamente nuestros sentidos en su circularidad perfecta.

Norma González Peralta

El remero insomne
Las Inquisiciones

     Tras El Invitado y El Día del Estudiante, los dos primeros libros de esta saga que conocemos como Nubedil, entramos a Las Inquisiciones: “…donde el protagonista se ve embarcado en dos situaciones que hacen agua por los cuatro costados. Descubriendo, a la fuerza, sus propias grietas y fantasmas. Como es un afortunado, los problemas no sólo son largos y tortuosos, sino también simultáneos. Así, mientras en uno rema a contracorriente, en el otro se halla a merced de una conducción demente. Como asimismo es muy lúcido, el que ambas experiencias se den en un ámbito de lo más simple y cotidiano lo llevan a sospechar que la estupidez, la mentira, y el absurdo, posiblemente rijan lo que llamamos normalidad.”

    La ironía del autor es una muestra más del despiadado trabajo narrativo con que analiza esa realidad. Las voces, el recuerdo, las horas del fragmentado día de la espera, todos los recursos con que va ampliando el foco –como en la vida misma- nos siguen acompañando por una historia que ya es nuestra.

    No saber cuánto falta para el final –otra vez como en la vida- empuja a disfrutar cada paso, cada libro, con la pasión de los buenos e irrepetibles momentos

 

 

"Las Inquisiciones"  de Jorge  Lara

     Es un universo el de esta saga que libro a libro, y en la pantalla extra grande de nuestra imaginación, se va abriendo cada vez más, mientras cobra una riqueza y profundidad desacostumbradas. En la Galaxia Nubedil el avance, circular o elíptico, forma eslabones, encadena ideas, gira sin parar, y el vértigo abismal sentido no es otro que el del humano conocimiento.

     Al hablar de giros es obligatorio destacar la musicalidad, el ritmo de su prosa, también envolvente y redonda. Y los guiños, puntuales referencias, con discos que abren, cierran, o condicionan determinadas escenas. Recordemos un ejemplo: El penúltimo capítulo de El Día del Estudiante se mueve bajo la sensualidad del Hapo Zamani de Miriam Makeba y la danza de Graciela. Podría haber sido un juego más, algo extraño y desasosegante por la reacción causada en los protagonistas. Pero ahora lo vemos como el aviso que era, el avance de un zumbido todavía desconocido. Y Las Inquisiciones comienzan con los compases perdidos de Fever, un viejo single que se va cubriendo de moscas.

     Una progresiva invasión de moscas, como acertadamente define el autor las miserias, propias y ajenas, desencadenadas. Todo el magullado cuerpo de esta novela es un muestrario de la obsesiva búsqueda de razón al absurdo social de la mentira. Un desesperado esfuerzo por comprender lo incomprensible. Una guerra perdida de antemano. Pero de la que un espíritu honesto no huye jamás.

     El centro motor es el conflicto creado en la hasta entonces alegre y desafiante pareja. El tema, el fondo de sus juegos, cambia por completo. El disco habla de Pocahontas, Romeo y Julieta, pero es otra la fiebre inoculada. Se llama duda, desconfianza, engaño, celos, interrogatorios, sordidez, evasivas, fraude, desconsuelo, humillación mutua. Innumerables moscas, de innumerables y enfermizos nombres. Esa fiebre, ese lenguaje, componen los actuales diálogos de la pareja. Contradictoriamente, una faceta más a elogiar –literaria, claro. Por la maestría con que quedan dibujados a partir de ello. Por cómo los vemos y escuchamos en esos enfrentamientos furiosos, anodinos, terribles. Que sin embargo mantienen aquella ironía y hasta el humor –cruel o doliente ahora-, al que nos tenían acostumbrados. Sí, son otros juegos, otras incomodísimas y absurdas situaciones, pero el mismo dominio de algo tan difícil, y por eso tan elogiable.

     Destacando que además esta vuelta de tuerca despierta al lector dentro del lector. Nos recuerda que lo importante no es sólo lo que sucede, sino cómo sucede y por qué. Que el conocimiento depende tanto de la información como de la reflexión que sobre ella hagamos. Que esa es la invitación hecha desde un principio. La de ir asimilando una historia, un mundo, junto al protagonista, y quizá junto al autor que, para entenderla, la va montando, pieza a pieza, en su recuerdo.

     Y que ya en la página 14 nos advierte “Deje afuera sus esperanzas todo el que aquí entre.” Considerando que en ese momento se refiere a otro tramo de la novela: La incómoda aventura, supuestamente laboral, de un viaje impuesto por la Socia. Sí, mala, muy mala época la que se le agolpaba. No es precisamente un descanso el otorgado por estos capítulos paralelos, aunque para el lector, por comparación, lo sea.

     La historia de Río Cuarto es una obra en sí misma. Como lo son, y ya sabemos sus lectores, las variaciones Catch, los Nubediles, los Recuerdos, y el minucioso goteo de las horas de ese 21 de Setiembre del 72, columna vertebral de la saga en que seguimos al protagonista, mientras éste busca en su pasado y presente las razones y bases del futuro.

     Resaltar asimismo la riesgosa apuesta del autor al dividir este acontecimiento central a lo largo de los libros, respetando la progresión del relato. Definitiva muestra de su desmarque de cualquier concesión a lo que llamamos comercial, o conveniente, en literatura. Evidentemente, su fin es contar una historia, sin pensar en mercados o lectores cómodos.

     Impagable lo que nos ofrece en ese par de horas de una mañana lluviosa. Su Ciudad, las charlas y reflexiones, los personajes y hechos que se mezclan. Una pena que la fuerza de las inquisiciones propiamente dichas trague en parte la belleza de las historias que la acompañan. Ojalá siempre el placer de la lectura ofreciera tanta oposición cualitativa entre los diferentes campos a seguir.

     Apuntar por último algo esencial: La facilidad con que se lo lee –o con que escribe-, demostrando quizás que a través de lo simple y cotidiano es posible alcanzar toda la humana profundidad que generalmente negamos con nuestra cómoda y voluntaria ceguera.

Raúl  Duarte

 

SOLAPA INQUISICIONES
El Pronombre del Amor

     Poesía de estallido fotográfico: Más plena cuanto más escueta y simple. Poemas de arco narrativo, que se cierran y revuelven sobre sí mismos, como los buenos cuentos. Versos de largo y entrecortado aliento, como un travelling de trescientos sesenta grados, o un juguetón plano secuencia que sigue y persigue al poeta, mientras él persigue las palabras con que el amor lo despierta.

        Puede que, como él mismo dice, no esté muy bien de la cabeza. Pero la poesía que nos ofrece es la que a muchos y muchas nos gustaría leer, o escuchar, en cada desayuno. 

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COMO CURIOSIDAD:   Los poemas de  El Pronombre del Amor en versión inglesa. Traducción: Norma González Peralta.

THE  PRONOUN OF LOVE

 

"El  Pronombre del  Amor"  de  Jorge  Lara

     Jorge Lara sigue bogando en este poemario como lo hiciera en “El Remero Insomne”, pero esta vez en busca del pronombre del amor.

     A partir del “yo” poético, pasa por definirla a “ella”, para luego abarcar el solidario y globalizante “nosotros", en la identidad de la pareja, en lo que es su humanidad, su mismo cosmos y al tiempo su individualidad.

     Traduce el deseo constante de habitar y circundar un mundo íntimo, y por eso distinto. Es un canto al amor, a la plenitud, a lo vital, al hombre que se sabe a sí mismo. Categoriza lo bello, lo cotidiano, los minúsculos detalles que hacen que la vida  sea un canto de alegría en la nostalgia de un existir pleno, en las pequeñas grandes cosas de todos los días.

    En este libro asistimos a la afirmación de un mundo, a la compleja construcción del sujeto poético y su evolución, conscientemente ordenada por el artista.

     En él prevalece la redondez, la curvatura de las palabras, la esfera de un nuevo significado. Su seducción, acogedora y terrenal, se concilia con el infinito en un acto de aprehensión y juego rítmico que lo convierte en un espacio ágil, erótico, envolvente. Su fugacidad, su equilibrio, su desborde estético invita a andar por el fluir de la vida misma, sus deseos y sentimientos. Nos invade un sentido de plenitud en el silencio de la lectura.

     Cada unidad tiene a su vez una cohesión fónica y semántica que une y va dando puntadas, en una retroalimentación continua en el que un poema mira al otro y vuelve, al tiempo, la mirada hacia atrás para avanzar en un efecto de looping o de enlace o punto atrás. “El Pronombre del Amor” es una vorágine de poemas en tirabuzón que al final, disparan la misma esencia de la poesía.

     Sus dos grandes cuerpos: “Aproximaciones” y “Propiamente dicho” conectan entre sí desde un poema central: “El malpoeta de los buenos mates”, que va irradiando metáforas hacia los extremos y viceversa, lo que exacerba su circularidad.

     El autor sigue siendo el remero de su último libro. Otra vez convoca a sus tres estados de conciencia: la emoción del descubrimiento, el redescubrimiento de algo ya sabido y la intuición de su visión, más la convicción de que ha entrado en contacto con el misterio de lo trascendente, pero se muestra más maduro. Ha llegado a la sublimación, a la pureza de la palabra exacta, para expresar lo más profundo. Ya no es el "amante insatisfecho" del poemario anterior, a pesar de que el deseo de escribir le estará "golpeando las puertas de mañana". Ahora sigue pendiente de esas mañanas, de cebar los mates, exorcizando la yerba burbujeante, preocupado porque los versos no se laven, metiendo las palabras en un contexto nuevo, en una rutina nueva, alimentando el amor, los besos, como si cada día fuera virgen en emociones y sensaciones. Elimina elementos innecesarios, barre lo superfluo y muestra su sinfonía universal, en un circuito sonoro, cándido, redondo que hace eco en varios idiomas, recogiendo la voz de otros poetas desesperados por alcanzar la esencia de la poesía, con los mismos síntomas, tratamiento parecido y resultado similar pero único e insustituible en su estilo.

     Define su escenario en "Aproximaciones", el lugar desde donde el yo poético va a contemplar, pedir perdón, hablar de los lugares del adiós, de los límites que ha de transgredir para poder definir, va a filosofar, a invitarnos a observar, y finalmente se dejará llevar. o transportar, en "Propiamente dicho", para dar rienda suelta a su inspiración mañanera en medio de seductores mates, para luego disculparse en un ejercicio de humildad por ser "el peor/ el más pobre/el más inútil poeta", produciendo el efecto opuesto, tal cual lo hicieran en el pasado Sor Inés de la Cruz o Pablo Neruda.

     La poesía viene a él como si fuera su amante y el poeta incrédulo se deja llevar. El amor y el arte de escribir, en simbiosis, son una noble razón para volver a despertar uno y otro día. Y el yo poético es una transfusión de cuerpo a cuerpo, que pasa del yo al nosotros.

     Hasta que en  “Propiamente dicho” va a definir, a describir, el pronombre del amor: ella. Y lo hace en una serie de poemas cortos y epigramáticos, porque a esta altura del proceso creativo ya está metido en la esencia. La música inspiradora fluye en el juego de la antítesis: Ella es tan frágil, aunque no lo sea; tan libre, tranquilizadora, hechicera en su mirada, portadora de luz, dadora de vida, abarcadora de eternidad. Es la musa que cada día le hace cruzar el puente entre el infinito y la materia. Una aureola que lo abarca en todo y es su razón de vida.

     El resultado final de este silogismo es que “las manos sobran / los labios tiemblan/ la poesía calla/ avergonzada/ ante los ojos que me buscan/ cuando la despierto.” Por eso quiere amanecer a su lado, porque, según concluye, “esa dulce obsesión/ es el poema.”

Norma González Peralta

 

 

PORTADA IMPRENTA
El Lago

  Este cuarto libro de la saga Nubedil encuentra al protagonista pidiéndole a un amigo la llave de su cabaña de pesca, junto al lago de Carlos Paz, dispuesto a aislarse hasta resolver, o al menos entender las múltiples encrucijadas en que se halla.

  El amigo, preocupado por lo poco que sabe y lo mucho que sospecha, decide acompañarlo, y emprenden la aventura de un doble viaje: El físico, a través de brumas nocturnas, espesos bosques, y resplandecientes colinas. Y el interior, no menos brumoso, complejo, y rico en descubrimientos.

  Una novela extraordinaria. Llena de sorpresas, humor, magia, suspenso, situaciones desopilantes, o peligrosas; diálogos que son un compendio de comunicación y pensamiento, soliloquios en los que brilla la poesía, y monólogos que bajan a las más profundas regiones del dolor y el conocimiento. Además, el entorno en que se mueven funciona como un tercer personaje, mitológico, aportando fantasmas o realidades complementarias a la búsqueda de los amigos.

  Una obra imprescindible en el actual panorama de la literatura en castellano.

Beatriz Masiá.

 

TAPA LAGO IMPRENTA
Las Pasarelas

   Cada nueva entrega de la serie –y Las Pasarelas es ya el quinto libro- enriquece de tal forma la cartografía de Nubedil, que sus seguidores apostamos porque no acabe nunca. Inaugura calles, avenidas de circunvalación, lóbregos pasadizos… No inventa una ciudad, o un territorio mítico. Ama demasiado aquella Córdoba del Sur como para hacerlo. Es el lugar, y sus personajes, quienes dibujan la trayectoria del héroe. Y éste nos va descubriendo sucesivas, o simultáneas capas, a medida que las enfrenta. Las vivimos junto a él, hermanados en su búsqueda.

     Pocas veces nos hallaremos ante un ejercicio reflexivo y vital de semejante honestidad, profundidad, y belleza. Apostemos, sí, por su continuidad. Que, en definitiva, sería la de nuestro placer como lectores.

              Ryan Trent.-

 

LAS PASARELAS
El Juicio Errante III – Ruedas de Molino

     Los distintos volúmenes del Juicio Errante son buena muestra de la versatilidad del autor. Aunque él prefiere verlo como algo mucho más simple:

     “El hombre es el mismo. El Poeta también. Lo que cambia es la circunstancia, el estado de ánimo, quizás la voz. En poesía sólo sé entregarme a la transcripción del sentimiento, o la reflexión, cuando el desbordamiento lo pide. Por lo tanto, si tengo un estilo es el de dejar que el tema imponga sus maneras. No pretendo más altura que la mía, ni otro resultado que expresarme.”

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RUEDAS DE MOLINO
El Juicio Errante I – Juglaria

       Poesía limpia de herrajes y arabescos.  Él dice que su Errante usa zapatillas. Y nosotros, como lectores, nos beneficiamos de esa profunda elasticidad, disfrazada de cotidiana simpleza: Cinematográficas ranuras, por donde nos observa el niño encerrado en el corazón de Pinocho; el desolador panorama del viajero de las estrellas; el incomprendido canto del pájaro de Poe; aquel payaso de quien los focos huyen, mientras recoge temblorosas palabras.  Expresión saltarina, o reflexivamente articulada, de la soledad y los fantasmas de esta juglaria, empecinadamente suya y gozosamente contemplativa.

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JUGLARIA FOTO LIBRO
El Juicio Errante II – Soledades

       En esta ocasión el poeta canta, murmura cabizbajo su condena de la soledad no buscada. El paso del tiempo, el rechazo inclemente -para quien deseaba ser uno con todos-, su propio aislamiento en un trabajo no considerado como tal…  Las mil causas que lo han convertido en aquel que mira por la ventana, sin ver más que un final sin ventanas.  Retrato ensimismado, y autodestructivamente cruel, el que nos deja en esta explosión del cansancio, la frustración, y el desengaño.  Nueva muestra de un autor -quizá la más personal-, consolidando una obra poética, siempre en pos de la verdad, por dolorosa que esta sea.

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SOLEDADES FOTO LIBRO
El Juicio Errante IV – Paredes acolchadas

               No hay acolchamiento que valga para la pedrea de horror, de dolor humano, que trasciende lo sugerido. Porque la anestesiada distancia del poeta secuestrado -¿por la vida? ¿por los guardianes de la normalidad ciega?- apenas bosqueja fragmentos del diluvio en que se ahoga. Confusamente nombrado como el que perdió sus papeles, el que fue y ya no es. Inquieta la sensación de estar leyendo sólo eso: los desperdigados restos de una memoria incautada y deshecha.

               Pocas veces la derrota ha sido iluminada así. Triste es reconocerlo, y triste la belleza lograda por esa voz que se apaga.

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Junín

          Una Escuela de Vida. Clara y pormenorizada descripción de un universo interior en su búsqueda por conocerse. El valiente e implacable enfrentamiento ante las rémoras impuestas por una educación, que es pura deformación y desarticulación del individuo desde su nacimiento. Desmontaje de las verdaderas, y milenarias causas, de la enfermedad que nos anula: El injustificado autoritarismo represivo de la familia patriarcal, continuado y repetido en los roles sociales que lo imitan.

          Además de la calidad literaria, y el riesgoso ejercicio de estilo con que juega el autor; la voluntad de pensar, y hacer pensar, que Junín provee, convierten este libro en una lectura altamente recomendable.

  

JUNÍN
El Desván

          Luchar por los sueños comunes es un derecho inalienable. La alienación, la amarga sorpresa, llegan al comprobar que la mayoría enarbolaba contradictorios espejismos, sobre un desierto personal resignado y acomodaticio. Ciénaga en que se ahoga el proclamado amor eterno, tanto como las soflamas de autonomía, solidaridad, o crecimiento en igualdad. Nulo horizonte que no sea el individual, en un panorama cubierto por las nubes de la falsedad, y empedrado de mentiras como inamovible base de la formación que mundialmente rige las conductas.

     En El Desván seguimos a los personajes de la saga Nubedil -ya en su séptimo libro- envueltos en la decadencia que enterrara aquellos sueños. penúltima entrega de la obra, las preguntas y desolación del protagonista son crónica fiel de la última época en que el hombre soñó por sí mismo y no a través del Big Brother

    

CARÁTULA DEL. ESCANEADA
Brumas

 

         El círculo, o la serie de círculos concéntricos abiertos con El Invitado, se cierran tras las brumas de este libro. Las ocho novelas de la saga han cumplido el exorcismo, el detallado y progresivo análisis narrativo de los hechos y la época que impulsaron al autor en esa aventura.

         Parafraseando  al  protagonista:  Puertas  que  se  abren  y  se  cierran.  Una historia, un muy elogiable ejercicio literario -decimos nosotros-, que en lengua castellana difícilmente encontraremos. Brumas es un cierre magistral para la obra, en el que confluyen y crecen los aciertos ya mostrados: El humor, la riqueza de diálogos y personajes, su capacidad crítica y autocrítica, el desbordante lirismo, y siempre con ese lenguaje engañosamente simple y cotidiano.

        Los pocos fieles que lo hemos seguido con placer estamos convencidos que Nubedil merece abrir sus puertas al lector una y otra vez porque guarda en cada libro tesoros interminables.

 

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         ¿Qué es lo que piensa el autor, acabada la obra, mientras mochila al hombro golpea las siempre cerradas puertas editoriales?

         Nadie abre, nadie ve, ni oye, ni responde. Nadie quiere saber nada de eso. Él sí sabe lo que sucederá con Nubedil, cuando ya no esté para vivirla y ayudarla. Piensa entonces en el fuego. Excesivo, quizá. Pero es lo que piensa.

 

    

            

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