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ENTREVISTA

-Por favor, ¿podríamos empezar por aclarar ese galimatías de la entrada?
-Yo tenía, allá en Córdoba, un amigo que se llamaba Matías Gali. Es la única relación que encuentro con lo que has dicho. Y me da la impresión que no te ayuda mucho.
-Pues no. Reconozca que es sólo un juego de palabras, en el que ha invertido y separado el orden.
-Y donde he logrado que también cambie el significado. ¿No es verdad?
-De acuerdo. Si prefiere decirlo así. Pero no sé por qué le estoy siguiendo el juego. Si trata de decirme algo, no lo entiendo.
-Ya veo. Probemos de otra forma: ¿Qué problema tienes con el título?
-Que son tres palabras sin relación. Una pregunta y dos negaciones.
-¿Has estudiado filología…?
-Sí. Pero no creo que eso sea necesario para…
-No, no… Todo lo contrario. Pobre muchacho. Parece que esa carrera os lava el cerebro. Por lo pronto, seguro que no incluye una materia llamada El Placer de Leer. Todos con un diccionario y una cinta métrica bajo el brazo. Qué pena. Vamos a dejarlo. Tú decías que…: Una pregunta y dos negaciones. No lo había pensado bajo esa óptica. Es casi una definición de la vida. ¿Tampoco estaría mal, no? Pero, bien, seamos serios: Has leído mal. Para ser pregunta debería estar acentuada. Y para ser tres palabras sin relación, deberían estar separadas por guiones. Una lectura correcta te diría que es una oración, con verbo, sujeto, y predicado.
-¿Donde nadie nada…?
-Si le quitas la interrogación, sería exactamente una de las dos posibles lecturas.
-¿Dos posibles…? ¿Y cuál es la correcta, o la que usted elije como correcta?
-Ambas. Aunque debería aclararte que no fui yo el de la idea. Nadie se inventó eso.
-¿Cómo que nadie? Usted está jugando conmigo.
-Bueno… La de jugar tampoco parece que fuera una materia que te gustara mucho. Si quieres, declaro solemnemente que no hay el menor matiz de burla en esto. Pero deseo de jugar sí. Siempre y con todo. Jugar es algo muy serio, ¿sabes? El mundo está sufriendo las consecuencias de no hacerlo. Nos estamos destruyendo de puro aburridos. Anda, relájate y acepta el juego. Siempre estarás a tiempo de cansarte y mandarme a la mierda.
-¡Yo no he dicho eso!
-Claro que no. Lo he dicho yo. ¿Volvemos a donde nadie nada?
-Volvamos. Como lo ha dicho ahora podría significar un lugar, donde la gente no va a nadar.
-¡Bien…! ¿Y si digo donde Pepe nada?
-¡Pepe es un nombre!
-¿Y Nadie no? Antes que lo niegues, te informaré que tengo un amigo, en cuyos documentos figura Deo Gracias como nombre. Creo que en latín deo es doy, o damos. Es una frase usada en la liturgia de la misa. Y opino que mucho más raro y caprichoso que Nadie. Sin olvidar la justificación literaria de este último.
-¿Justificación literaria…? ¡Aah, ya sé…! Usted se refiere al nombre que le da Ulises al Cíclope, antes de cegarlo.
-Dos puntos más para ti. Has leído la Odisea, y hasta recuerdas algunos pasajes.
-Es que ése me hizo mucha gracia. La rapidez mental y la picardía del héroe.
-El más universal y eterno de los héroes. El más real y contemporáneo, con cuatro mil años de edad. El único que tiene todas las facetas: que es bueno y malo, valiente y cobarde, torpe y hábil, precavido y arriesgado… En definitiva, el hombre normal enfrentado a sus circunstancias. No puede pasar de moda, ni envejecer. Siempre nos veremos en él.
-Me ha dado ganas de leer otra vez la Odisea.
-Sólo por eso, valdría la pena haberte llevado a jugar. ¿Lo entiendes?
-Creo que sí. Perdóneme por haberme enfadado un poco al principio. Es verdad que pensé que se estaba burlando de mí.
-Disculpa entonces tú, si te di esa impresión. No estoy aquí para burlarme de nadie. Puedo criticar, o disentir, o ironizar, pero la burla es un bajo recurso, en el que espero no caer. En el juego, a veces, picas al de enfrente, buscando motivarlo, llevarlo a una respuesta que incremente el desafío alegre de la habilidad, la inteligencia. Es un recurso más, para evitar el aburrimiento de sólo imponer tu discurso, que es el mayor de los aburrimientos. ¿Comprendes? Se trata de jugar, no de competir. Ya sé que soy yo el entrevistado. Pero necesito que me des juego. Que tú también juegues.
-No sé si sabré hacerlo.
-Prueba a ponérmelo difícil. No imposible. Difícil.
-Vale. ¿Por qué dijo que nadie había inventado la frase?
-No dije que nadie la había inventado. Dije que Nadie la había inventado.
-¡Ya me está…! Vale, vale…, lo he captado: Nadie es el nombre de quien ha inventado la frase. No me mire con esa cara. He tardado, pero llegué. Reconozca que el juego se prestaba a la confusión.
-Aceptado. Le encanta estar poniendo siempre a prueba al lector. Dice que ya bastante lo está estupidizando el sistema, y los medios como internet. Según él, el mayor respeto al hablar con alguien es tratarlo como a un ser pensante, y no como a un niño bobo.
-¿Y esconderse tras ese nombre es una forma de respeto?
-¿De dónde sacas que se esconde? Yo diría que se muestra en toda su realidad. Lo que está haciendo es reconocerse como Nadie. En esta sociedad o eres alguien, o eres nadie. Y él, por ahora, sabe que es lo segundo. Que no importa lo bien, regular, o mal que escriba. Porque entre otras cosas, nadie va a leer a alguien que es nadie. Mientras la estructura comercial –y sólo por razones comerciales-, no lo muestre, nadie sabrá siquiera que existe. La supuesta estructura cultural, digamos críticos y difusión por los medios, funciona a base de dinero, no de cultura. O sea: hablan de lo que les pagan por hablar. Y generalmente dicen lo que les dicen que digan quienes pagan. Se da el caso que Nadie es un pobre escritor. Incluso contempla la posibilidad de ser un escritor pobre. No estoy seguro si es sólo falsa humildad.
-Disculpe el salto, pero entonces usted es…, el Elejota.
-¡Oh, me vas a hacer enrojecer! ¡Has hojeado El Invitado!
-No lo he hojeado. Lo he leído. Soy un entrevistador pobre. No tengo negros que me hagan un resumen.
-¡Dos puntos más para ti! Por haberlo leído y por la respuesta. Te estás creciendo con el juego.
-Gracias. A ver si acierto con la siguiente: Si usted es el Elejota, y Nadie el escritor, Nadie es el Coso.
-Tres puntos.
-Espere, que también entiendo ahora el poemita del encabezamiento. Es feliz porque nada en una cala a la que no va nadie.
-O casi nadie, para ser justos. Como decimos en Argentina: menos bulto, más claridad. Sí, por desgracia esas playas están casi desiertas. El arte y la cultura, que no precisan de marketing para serlo, son frecuentadas por muy poca gente en el mundo entero. Cosa que no es exclusiva de nuestra época, pero en cuya idiotez cada vez se progresa más.
-Ahora, hay algo en lo que no sé si estoy de acuerdo: El autor tiene ya tres libros publicados. De alguna manera deja de ser un Don nadie.
-No te lo creas tan rápido. Con enorme sacrificio –además del de la escritura-, ha tenido que pagar de su bolsillo esa impresión y publicación. El sello editorial en que lo hizo tiene una cierta trayectoria, pero pertenece al grupo de pequeñas editoriales que sobreviven con el margen que les deja el presupuesto cobrado a cada escritor. Y, evidentemente, no cuentan con presupuesto para promocionar a sus autores. Por lo tanto, sigue sin conocer casi nadie la existencia de esos libros. Justamente este blog –también financiado por el autor, claro-, se ha hecho a sugerencia de la editorial, para intentar lo imposible a través de internet. Nadie se lo ha tomado como otro juego más. Para que nadie pueda decir que él no hace su parte. Y me vas a perdonar, pero hemos sobrepasado un tanto el tiempo que concertamos al principio. Las obligaciones laborales me llaman. Si quieres quedamos para la semana que viene.
-Sí, me gustaría. Casi no he tocado el cuestionario que traía.
-Hasta entonces pues.

A   POSTAL        DOS     AMANTES

 

Están mirando juntos
                a lo lejos
                y en silencio
desde un balcón
    
cae sobre ellos
como un suave manto
la certidumbre fugaz
de lo eterno.

Galeano: Libro de los abrazos.

 

Proverbio africano: “Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador.”

 

        Hermoso proverbio. Aunque incompleto, y tendiente al equívoco. Historiadores de los leones, o leones historiadores, ha habido siempre. Sólo que constituyen la pieza más perseguida por los cazadores. Y si alguno escapa, se encuentra con que también las editoriales y el Mercado pertenecen a los del fusil: “Sea realista, amigo. Abandone esa leonina pureza. Usted se desmelena de honestidad y romanticismo. Pero está equivocado. Es al revés: Nosotros no publicamos, ni vendemos, lo que usted escriba. Es usted quien tiene que escribir lo que nosotros publicamos y vendemos. ¿Va entendiendo la ley de esta selva? ¡Parece mentira, che! Vaya…, córtese el pelo, y alguna otra cosa, y dentro de un tiempo hablamos.”

 

        ¿Y los lectores…?

        Los lectores no saben, no contestan.

        Ese rebaño –bée, bée- tiene pánico de conocer su propia historia, en la voz del león.

        Un león cineasta filmó “No es Mundo para Leones”, pero en extrañas circunstancias desapareció él y su film. Dicen que la adaptación plagiada ganó un premio importante. Y que al protagonista se empeñaron en peinarlo como un león castrado.

ENTREVISTA 2 

 

-Veo que esta vez su amigo, el Elejota, lo ha dejado a usted solo ante el peligro.

-Es más bien mérito del comité que tiene con sus socias. No creás, a él le encanta que lo entrevisten y hacerse el interesante. Pero, pensando que el cuestionario fuera problemático, decidieron que, como autor, me encargara yo.

-Me parece lógico. ¿Cómo prefiere que lo llame?

-No hace falta que me llames. Ya estoy aquí.

-Ajá… A usted también le gustan esos jueguitos de palabras.

-Is my job, Man. Espero que no te moleste.

-¡No, no…! Creo que me voy acostumbrando. Además acabo de leer El Día del Estudiante, y me he divertido mucho con ellos. Los diálogos son  desopilantes, aparte de mostrar mejor a los personajes que si los describiera. Aunque debo confesarle que el tono poético es lo que más me gusta.

-¿Las poesías?

-Bueno, sí, los poemas también. Es un recurso extraño. Dentro de una novela, quiero decir. Sin embargo cumplen el papel de un capítulo más, o una  detención oportuna y sugerente. Pero no me refería a los poemas, sino a la forma que tiene su prosa en muchos momentos. Ese baile de las ideas  y las imágenes, que no creo que deba ser llamado prosa poética, porque es más… No sé, más natural. Quiero decir que no lo siento como un  recurso buscado, sino como una manera de hablar. ¿Usted empezó escribiendo poesía?

-Creo que la mayoría empezamos así. Imitando, o copiando descaradamente poetas que nos gustan. Manufacturando versos horripilantes y  babosos. No, no te rías, en mi caso al menos es verdad. Puedo enseñarte algunos. Guardo todo, hasta lo desechable, que es como llamo a esas  carpetas de cuentos y poesías. ¿Preferís té, o café, en lugar del mate?

-Café, si le da lo mismo.

-Me es vertical. Las que lo preparan son ellas.

-Está bien atendido.

-Vos sos el que está bien atendido, si entiendo el regodeo con que lo decís. Yo me lo merezco, me lo he currado.

-Vale, vale… Trataré de merecerme yo también las atenciones. Su mujer es…

-¡Divina!

-Bueno… No pretendía decir algo tan atrevido.

-Yo tampoco. Era para que no nos eche sal en el café. Y no pensés que es mala. Pero de tanto estirar la oreja desde allá, para enterarse de lo que  hablamos, mete la cuchara en el otro tarro blanco y… Paula lo hizo el sábado pasado, en una lectura con amigos, y de golpe me los vi a todos  escupiendo y tosiendo. No sabés lo horrible que me sentía hasta comprender que no era por lo que estaban escuchando.

-Paula. Qué lindo nombre.

-Sí, pero no te confundas. Paula es aquella otra, la Cossetta, la que está preparando los mates. Por suerte. Y por suerte es Mara quien te hará el  café. Porque cada una, en el brebaje contrario, sería criminal.

-No me lo creo.

-No importa. Mejor que te quedés con la duda. Sería todo un contratiempo verte salir corriendo, con la excusa de que te has dejado algo al fuego en  casa, en lugar de hacerme las insidiosas preguntas que estoy esperando.

-Gracias por darme el pie en lo de insidiosas. ¿Qué hace usted, además de criticar a estas pobres mujeres?

-¿Además, también, de escribir las tonterías que motivan esta entrevista, te referís? Muy fácil: Casi todo. Sólo que ante las visitas fingimos que es  al revés. Para dar juego a los insidiosos. Mirá, mirá cómo se ríen si no me creés. Vamos, volvé a lo de antes, si de verdad querés ese café.

-De acuerdo, usted gana. Me parece que dijo cuentos también, hace un momento. No sabía si el paso había sido directamente hacia la novela.

-No. Tuve también una época en que martirizaba ese género. Nada destacable, te lo aseguro. Sin saberlo empezaba a estirarme hacia la narración.  Fueron muy pocos. Tal vez un par mejor escritos que el resto. Hasta que me di cuenta que se trataba más bien de capítulos aislados, personajes  que empezaban a mostrarse, el desafío de desarrollar situaciones y climas. Era un tiempo en el que me movía más dentro de un proceso artístico  y cultural colectivo, que en lo estrictamente personal. Colaboraba con gente de teatro, cine, radio, talleres literarios. O sea que lo mismo actuaba,  que ponía la voz a un audiovisual, escribía guiones, dirigía y montaba espectáculos. La mejor escuela que he tenido, humana y culturalmente. En  medio de todo eso surgió Nubedil, y…

-¿Surgió?

-Sí, vamos a decirlo así. Los pormenores de su personaje central, y cómo me intereso en la historia, están descritos en El Invitado. Ahora bien, su  arranque escrito surgió de golpe, una noche, en que ya me había acostado y el nombre, el neologismo, iba seguido de una cantidad de frases para  mí sin mayor sentido, pero que se repetían y no paraban. Esa especie de dictado inconsciente que también llamamos inspiración. Los poemas del  Estudiante salen de ahí, de fragmentos de aquel borrador, el único que conservé de aquella primera versión. La primera frase era: Nubedil, las  flores… Y ya no pude sustraerme al llamado. Así que agarré un cuaderno, que tenía en la mesita de luz, y garabateé creo que siete u ocho páginas  de imágenes y cosas que se encadenaban.

-Creo que es su esposa, también en El Invitado, quien cuenta que la novela estaba prácticamente terminada, cuando sucedieron todos esos  penosos acontecimientos del golpe de estado, y aquellos manuscritos desaparecieron.

-Te agradezco que lo sinteticemos así. No sabés los años que pasé, ya aquí en España, intentando recuperar aquel tono y lo que había hecho. Algo  imposible, claro. E inútil. Hasta que me fui tranquilizando, distanciando, hallando la voz que correspondía a esta nueva etapa. Bueno, batallas de  trabajo solitario, como es el nuestro. Por favor, preguntame cualquier otra cosa, quisiera salir de ahí.

-Lo entiendo. Aunque es un tema que me interesa. Pero ¿quizás mejor otro día, no?

-Sí, de acuerdo. Mejor otro día.

-Entonces vamos a algo bien actual. ¿Qué opina de la piratería?

-¿La piratería? Cacho de salto has pegado. ¿Morgan y la pata de palo? ¿Las patentes de Corso?

-El saltarse las patentes y los derechos. Las descargas ilegales por internet. Lo digo por su decisión, que no sé si entiendo, de permitir que  cualquiera pueda descargar gratuitamente sus libros. ¿No está tirando piedras contra su propio tejado?

-Ya veo. Está un poco mezclado el asunto. En primer lugar, piratear sería robar, la apropiación indebida de algo que pertenece a otro. Si yo autorizo  la descarga gratuita desaparece esa figura.

-¿Pero de lo que se trata no es de proteger el derecho que el autor tiene de cobrar por el trabajo hecho?

-¿Y quién es, según vos, el que protege al autor? Porque, en nuestro caso, quienes amargamente se quejan son editores, distribuidores y libreros. El  escritor, en nuestra sociedad, ni siquiera es considerado un trabajador. Yo puedo demostrar 45 años de trabajo literario, y te aseguro que si pidiera  una jubilación en base a eso las carcajadas administrativas se escucharían desde la China. Sí, ya sé, no he hecho ningún tipo de aportes. Difícil  hacerlos si nadie te paga un penique por ello. Ese sí que es un tema largo. Porque a García Lorca, o Miguel Hernández, no sólo no se les pagaba,  sino que el Estado los mató. Ese Estado que hoy es famoso gracias a ellos, e ingresa ganancias turísticas, de imagen, y editoriales, merced a lo  que hicieron.

-Verídico, y penoso, pero algo extremo el ejemplo. ¿No cree?

-No. Pienso que lo extremadamente hipócrita y cobarde es no mencionarlo cada vez que sale el tema. Al artista se lo ningunea, persigue, encarcela,  o mata. Pero eso sí, unos años después de su muerte, por ley, los derechos de su obra pasan al Estado. ¿No notás algo que, extremadamente, no  cuadra ahí? Somos parásitos, que no hacemos nada útil. Pero, después de muertos, nuestra obra es arrebatada por el gobierno. Para que puedan  censurarla, silenciarla, o explotarla. ¿De golpe resulta que nuestras tonterías y locuras son patrimonio de un país? Contra nuestra voluntad, por  supuesto. ¿Qué decías de la piratería…? ¡Eso sí que es piratería! Sólo que el parche, en ambos ojos, se lo coloca voluntariamente la gente. Los  piratas del 1500 tenían patente de Corso, otorgada legalmente por su reina. Estos de hoy te meten el decretazo, y andá a quejarte a tu Tía. Y anotá  que esa ley -en nuestro Congreso Liberal y Democrático-, es absolutamente comunista: Tu propiedad privada pasa a ser del Estado. Cuando les  conviene, Marx y Lenin les resultan de lo más simpáticos y acertados. En cualquier otra área el producto de tu esfuerzo individual, tu empresa, tu  casa, tus bienes, tu dinero, pertenece a la sacrosanta familia, los derechos de sucesión, la intocable propiedad privada. ¡Pues no! Lo que he escrito  se lo quitará el Estado a mis herederos. Ahí tenés servido un agravio comparativo bastante más que extremo. Y explicame la paradoja: Si no  merecemos ninguna ayuda ni reconocimiento estatal, ¿por qué sancionan una ley para apropiarse después de ello?

-Reconozco que no parece tener mucho sentido.

-Si estuvieras en el gobierno, administrando ese capital intelectual robado, y te beneficiaras de ello, se lo encontrarías enseguida. Te excuso de  opinar, porque trabajás para un grupo editorial, y podría perjudicarte.

-Creo percibir que tampoco las editoriales lo tienen muy contento. Ya antes las mencionó, un tanto despectivamente.

-Perdón, pero ironía no es desprecio. Dije que eran los editores, distribuidores, y libreros, quienes más se quejaban de la piratería.

-Normal. Invierten y trabajan en algo que les están robando.

-Sería muy fácil volver al ejemplo anterior, y preguntarte a mi vez por qué no se le da el mismo interés y repercusión al otro robo. Pero, claro, te  tocaría encogerte de hombros y pedir que lo dejemos, para evitar represalias. ¿Ves que sé de qué estoy hablando? ¿Te suena eso de que quien  roba a un ladrón…?

-¿No es una acusación algo grave…?

-De acuerdo. Maticemos. Espero y deseo que haya suficientes excepciones. Y aclaro: Sólo hablo, con pruebas en la mano si hiciera falta, de lo que  he conocido y experimentado. Incluso corrijo lo de ladrón, y vamos a llamarles aprovechadores. Comerciantes que se aprovechan de las leyes que  los favorecen. En realidad, me cago en la diferencia. Pero si así nos quedamos más tranquilos… Vamos a ver: ¿El libro a piratear, puede existir sin  editor?

-Mmm… Sí, claro.

-¿Sin distribuidor?

-También.

-¿Sin librerías?

-Por supuesto. Pero…

-Un momento. ¿Sin autor?

-Sabía que era lo que me iba a preguntar. No, sin el autor no existe el libro. Eso ha estado claro siempre.

-No sabés lo feliz que me hace eso. Decime ahora a qué llamarías la casi totalidad de algo.

-No entiendo. ¿Hemos cambiado de tema?

-Para nada. ¿Cuándo dirías, por ejemplo, que prácticamente la totalidad de empleados de una repartición estaban en sus puestos? ¿Cuántos tendría  que haber?

-La mayoría, supongo. No sé… El 80, o el 90% de la plantilla. ¿Pero qué tiene que ver…?

-¿Sabés cuáles son los porcentajes en la venta de un libro? El 90%, o sea prácticamente la totalidad, según vos mismo acabás de decir, a repartir  entre editor, distribuidor, y librerías. Para el autor, que es el único sin quien no existiría el libro, el 10%. Supongo que también es un tema sin ningún  interés, y que no hay por qué darle la repercusión mediática de lo otro. Al fin y al cabo es una cuestión de libre mercado, todo legal. En vida se  aprovechan de nosotros los del 90%. Y después de muertos el Estado.

-Bueno… No siempre es así.

-Supongo que te referís a cuando el autor ya tiene un nombre y una fama. O sea cuando lo que negocia con el editor es eso y no la obra. Bien.  ¿Sabés cuál es el porcentaje de esos casos?

-No. La verdad que no.

-Apuesto contigo, y con quien quiera, que no se aleja mucho del 1%. Cosa que, de acuerdo a tus cálculos, significaría prácticamente nada, o casi  nunca, para ser precisos. ¿Sabés que además, al autor novel, o desconocido, se le exige por contrato editorial –colaboración, coedición, lo que  prefieras- que aporte sumas equivalentes a tres o cuatro veces el valor de impresión de los libros? ¿Que es el autor quien tiene que hacer el trabajo  de corrección y maquetación, aunque después ellos pongan graciosamente sus nombres en la solapa? ¿Que, por lo general, sólo imprimen un  número reducidísimo de ejemplares, confiando en venderlos en la presentación porque el autor lleva a sus amigos? ¿Que, quitando este día, el de  la presentación, las librerías no tienen nunca el libro a la vista? ¿Que la editorial no hace ninguna promoción, y por lo tanto sin promoción ni  exhibición la venta es imposible? ¿Que si en librerías de España, y por ser conocido del autor, pides el libro, tardan un mes en traerlo?  Evidentemente, ese ejemplar no existía y lo imprimen a pedido. Es la única explicación a semejante tardanza. Cedes tus derechos por años, a nivel  mundial, para nada…

-Disculpe que lo interrumpa. ¿Pero no podría tratarse de una mala experiencia personal? Generalizar se me antoja un poco exagerado.

-Muy bien. Concedido que ha sido una humillante experiencia personal. Experiencia que, desgraciadamente, comparto con el noventa y pico por  ciento de autores desconocidos que caemos en las garras de esa exageración. ¿Qué tal si, en lugar de dudar tan olímpicamente, hacés la prueba in  person? Dale, yo te acompaño en los trámites de llevar tu manuscrito a las editoriales. Sin recomendaciones especiales. Tonterías ni una. Ya  sabemos que con padrinos cualquiera se bautiza. Yo hablo del honesto trámite de presentar el fruto de tu trabajo. Verías cómo sucede, punto por  punto, lo que te he ido describiendo. Y no te engañés si alguno habla de no cobrarte nada en principio. Porque a renglón seguido –o sea en el  siguiente renglón del contrato-, especifica que el autor debe garantizar unas ventas concretas en las presentaciones. Vamos, que no te digo que  saques el dinero de tu bolsillo, sino del bolsillo de tus amigos y conocidos. Aunque, si no lo conseguís, sí que tendrás que ponerlo vos. En el  contrato está clarito.

-Comercialmente me parece lógico. El editor tiene que recuperar al menos la inversión.

-¿Con tu trabajo…? ¿No era su trabajo ése? ¿Entonces, además de mediar con la imprenta, qué es lo que hacen quienes se llevan el 90%? En  realidad, lo que te están diciendo es que lo que no se venda a tus amigos, ellos no se lo van a vender a nadie. No, si herniarse seguro que no se  van a herniar por tu obra. Ahora, digo yo, si mis amigos son mi capital. Un capital que tenía antes de hablar con el editor. ¿Para qué lo necesito a  él, o a los otros del 90%? Ya, para que me quiten ese 90%. Vuelvo a preguntarme yo: ¿Por qué no imprimo por mi cuenta los libros que vaya a  vender a mis amigos, y me quedo con el 100%, en lugar del 10% que ellos generosamente me otorgan? ¿Por qué no debo ser práctico, en lugar de  estúpido?

-Está bien, está bien. Hasta ahí le doy la razón. Ahora, ¿por qué no los vende también por internet, en lugar de regalarlos?

-Porque ni soy una empresa, ni estoy registrado como tal. Y tomate vos el trabajo de averiguar lo que me costaría serlo, en trámites y dinero quiero  decir, sin una adecuada estructura promocional que me garantice vender los que necesitaría para compensar gastos. Ya te dije que, además de los  del 90%, tenemos al Estado esperando por tu sangre. No, querido, en este sistema a los autores nos conviene dejar que los descarguen gratis. En  una de esas alguien los lee. Que es nuestro principal deseo.

-Supongo que sabe que muchos autores no piensan así.

-Lo respeto. Y ellos lucharán por lo suyo. Les deseo suerte y me alegraré si lo consiguen. Espero que me respeten de la misma manera. A mí y a  todos los que vayan entendiendo que, si nuestra prioridad es llegar al lector, ésta es la única posibilidad digna que el sistema aún no nos ha  bloqueado. No ganaremos dinero, pero tampoco se lo tendremos que pagar a los dos estratos que nos explotan. Debemos dirigirnos a los posibles  lectores, en lugar de a los seguros aprovechadores. Una cosa es fija: Peor no vamos a estar. Grandiosa ventaja de los que no tenemos nada. ¿Vas  entendiendo lo que no entendías?

-Creo que sí. Pero no sé si podré publicar esto.

-No te preocupés. En el blog queda. Si hay próxima entrevista pensate preguntas menos conflictivas. Pobre… Qué cara se te ha quedado. ¿Por lo  menos estaba bien el café?

-Sí, muy rico. Le agradezco…

-Tranquilo. Vamos, que te acompaño hasta la puerta. No me gusta nada cómo te tiemblan las piernas. Siempre le digo a Mara que lo hace muy  fuerte. Y si no estás acostumbrado…

LA  LEY  DE  LA  GRAVEDAD

 

Hay gente

a la que habría que explicarle

la gravedad

de la gravedad

 

Decirles por ejemplo

que nacer parados

no es lo mismo

que nacer en el paro

 

que caer

se pueden caer los dos

y que quien lo hace

en mullido colchón

no debería reírse

ni creerse tan lejos

del que arrastra la jeta

por los adoquines

 

Y sin embargo

esa mullida gente de arriba

acostumbra pensar

que los adoquinados de siempre

exageran su dolor

 

Sería bueno

hacerles entender

que la ley de gravedad

no depende de sus opiniones

sus seguros a todo riesgo

ni sus consorcios

 

Y cuando vean acercarse

el pavimento

no habrá técnica de relajación

ni cotización en bolsa

ni revisión de ideas

que los salve

 

Tendrían que entender

que lo grave

de la gravedad

es no considerarla grave

porque la estén viendo

desde el último piso

de sus rascacielos

 

TEXTOS PARA "EL LAGO" Y NO UTILIZADOS EN LA NOVELA  

 

Bueno, qué lo parió, acababa de tener la estúpida discusión con la madre, cuando lo único que quería era preparar con calma la charla con el padre. Padre, madre, familia. ¿Pero qué carajo pasaba? ¿Sólo a él le tocaban estos ejemplares? ¿Y si no era así, por qué se seguían manejando los conceptos de esa manera? Hombre, o mujer, no implicaba nada hasta definir y calificar de qué hombre o qué mujer se hablaba. Podían ser buenos, malos, o regulares. En cambio padre, o madre… Y sin embargo eran un hombre y una mujer. Un hombre y una mujer que habían cogido, y por decisión o accidente generado otro hombre o mujer. Y a partir de ahí eran bellos, generosos, sacrificados, merecedores a priori de todos los elogios, y defendidos a muerte contra cualquier evidencia. Todo lo bueno se les suponía. Lo malo debería ser probado exhaustivamente, considerando de entrada que el acusador debía ser como mínimo un enfermo antisocial y necesariamente equivocado. En el más benigno de los casos, y ante irrefutables pruebas, el mal padre o madre serían la excepción. Esos conceptos no se tocan, nene. Cómo mierda ibas a pensar seriamente en cambiar otras cosas mientras asuntos como estos fueran intocables. De este lado te masacraban en nombre de la Madre patria, y en el otro los había masacrado el Padrecito Stalin. Entonces acá odiabas a los militares y allá a los comisarios políticos. Pero que unos representaban a la madre y los otros al padre no se lo plantea nadie. Y no se trataba de matar al padre o acabar con la familia, sino de acabarla con la pelotudez, devolverlos a su lugar de sustantivos, y que el adjetivo adecuado se lo gane cada uno. Empezar realmente desde abajo y desde el principio. Abrir los ojos a la realidad que a cada uno le toque y llamarles a las cosas por su nombre. Sin tanto miedo a que se caiga una casa, que de todas formas se caerá si está mal hecha. Y si el estruendo no se escucha es porque, además de cerrar los ojos, nos tapamos los oídos, y dedicamos toda la vida a sostener inútilmente vigas podridas desde hace siglos. Nos matamos por el odio generado al crecer entre esas ruinas que llaman hogar. Odiándonos a nosotros mismos, aunque sin reconocerlo, por aceptar tanta mentira y la necesidad de repetirla incansable y ciegamente. Claro que estamos enfermos. De engaños y preceptos sociales. Si te pega el vecino es un hijo de puta, si lo hace tu padre por algo será. Batalla perdida. Estaba harto de batallas perdidas ante la estupidez…

 

 

 …Tus padres no tienen la culpa. Ellos no tuvieron las oportunidades que has tenido vos. Probablemente los educaron así, y sólo repiten lo que han aprendido. Dentro de lo malo hasta se hubiera consolado de que fuera así.

 

Pobre gente. Vienen de otra época, otro mundo, otra educación, eso es lo que pasa. Probablemente a ellos los trataron así, y sólo repiten lo que conocieron. No son conscientes de estar haciéndolo mal. Viejas y repetidas frases que estaría harto de escuchar. Y que, seguramente, lo habrían consolado más de una vez. No porque él deseara, ni mucho menos, que hubieran pasado por eso. Como todos los hijos, en principio, había amado incondicionalmente a sus padres. No podía ser de otra forma. Nadie nace con temores, o expectativas que vayan a frustrarse, con respecto a sus progenitores. Exactamente al revés que éstos frente al que nace, o va a nacer.

 

Y vale la aclaración, porque hasta esa lejana duda le habría ayudado. Sabía perfectamente, como cualquiera que no se tape ojos y oídos, que en abrumadora y aplastante mayoría se nace contra la verdadera voluntad de los gestantes. O al menos de uno de ellos, lo cual no sólo es igual de malo, sino que por lo general es peor aún. Y, por favor, dejémonos de tonterías. Claro que, si nos basáramos en las declaraciones posteriores de amor gestalicio, el porcentaje bajaría. Aunque no tanto, tampoco nos engañemos. Y, de todas formas, el tiempo ya se encarga de anular esas declaraciones, cuando no de servirnos explícitamente las tardías y quejosas correcciones.

 

Pero, bueno, para lo que nos interesa ni siquiera por ahí. Si algo manifestaron, dentro de sus planes de futuro, Pilar y Antonio, no bien salir del atrio, fueron sus ardientes deseos de un primogénito.  Sólo por ilustrar les mostramos la foto.  Ese muchacho, de tan buena planta y uniforme militar, es Antonio.  Valga decir que en el pueblo al que lo habían destinado más que por el nombre lo conocían como el guardia guapet.  Cosa que a Pilar la hinchaba de orgullo, aparte de sugerirle la conveniencia de no dilatar más el noviazgo.  Sí, por supuesto, ella es la que está colgada y sonriente de su brazo.  Aunque algo bajita también es atractiva, con esa fuerza en los ojos de las españolas.  Tiene  veintiún años, sólo uno menos que él.  Seguramente lo que llama la atención es que, tanto el tocado, como el vestido de novia, sean enteramente negros.  Según ella, fue por respeto al luto por su madre, que había muerto ocho años antes.  Hay quienes dicen que algunas fotos son  una declaración jurada de intenciones.  Como no somos expertos lo dejamos ahí.  Él erguido en su uniforme, y ella en su vestido negro.

 

Jorge creció admirando y extrañando a los personajes de esa foto. Por más cálculos que hiciera no lo podía entender. El padre, a pesar de la prematura calvicie, aún era un tipo lindo. Pero la sonrisa, aquella sonrisa… ¿La habría perdido al quitarse el uniforme…? La madre al menos era claramente otra persona. Ella lo explicaba diciendo que, por su culpa, había engordado más de veinte kilos. Que no se privaba de nada para que él naciera bien sano. El padre agregaba que, después del parto, engordó otros veinte. Y que lo de cortarse el pelo como un hombre no sería para darle de mamar mejor. Como ahí mismo se armaba la pelotera, Jorge se iba hasta la foto y volvía a mirar a la extraña muchacha, con su larga y lacia melena. ¿Qué se contestaba a sí mismo en ese tiempo? No lo recuerda. Tan sólo una difusa sensación de vacío en el estómago, como de vértigo, ante lo que ellos señalaban tan lejos, tan atrás, y él no había conocido.

 

En realidad sólo habrían pasado seis o siete años en esas primeras etapas de desconcierto. Porque se casaron en 1946, y él había nacido el primer día de 1948. Ambos se quejaban de lo que había tardado en producirse el embarazo. Así que no le cabía pensar que hubiera interrumpido sus planes, o alguna carrera, o la tranquilidad económica. Cualquier consecuencia que resultara para ellos distaría de ser una sorpresa. Pero algo debía haber. Algo los habría marcado para que fueran así. Tal vez la guerra. Eso siempre deja secuelas. Pero no. La Mundial no los tocó. Hitler estaba loco, pero no era estúpido. A pesar de la insistencia de Franco, le dijo que muchas gracias pero no iba a cargar con un ejército tan indisciplinado y mal preparado. Y en cuanto a la Guerra Civil, por el pueblo de Alicante en que vivían entonces, también se salvaron. La contienda terminó antes de llegar allí. No conocieron ni el terror de los bombardeos, ni el de los enfrentamientos de tropas. Antonio, al comienzo de las hostilidades, viendo que sus amigos mayores se enrolaban, también se presentó como voluntario. Pero era menor de edad y lo mandaron a empujones a la casa. Jorge también se preguntaba, aunque bastante después,  cómo podía ser que primero se hubiera ofrecido a luchar con los republicanos, y no bien acabar la guerra ingresara, otra vez voluntariamente, en el ejército franquista. Lugar en el que se habría quedado, ya que quería ser piloto de aviación, si en el examen físico no le hubieran detectado un defecto de visión en el ojo derecho que lo incapacitaba para ello. Y a causa de los repetidos fracasos, cada vez que se presentaba a examen para acceder a Cabo, terminó por licenciarse. Por lo visto calculó que en la Guardia Civil le resultaría más fácil progresar. Sin embargo, por los nervios, o lo que fuera, todas las pruebas se le resistían. Y en el año 50, cuando decidieron probar suerte en Argentina, seguía siendo un guardia raso.

 

O sea que lo que sufrieron en aquellos años se limitaba al evidente miedo de cualquier guerra y la desarticulación de la vida cotidiana. El racionamiento a lo mejor. Si habían pasado necesidades, inclusive épocas de hambre, puede entenderse una conducta posterior en la que se hayan fijado esas carencias. Nueva negativa. Al hallarse lejos de los sucesivos frentes, las huertas y la crianza de animales de esa zona, a pesar de ser requisados en su mayoría, permitían distraer lo suficiente para abastecer a los lugareños. No se tiraba manteca al techo, pero tampoco hubo problemas de comida. Incluso ambas familias disfrutaron de una ventaja extra porque los abuelos trabajaban en el ferrocarril. El padre de Antonio era el jefe de Estación, y el de Pilar Guardagujas. Éste último, más pobre y algo anarquista, era el encargado de la picaresca. Como único empleado para todo, en esa estación de mala muerte, era quien tenía que cargar, descargar, enganchar vagones, vigilar, etc. El abuelo Miranda, un hombre gris y meticuloso de oficina, había abandonado desde mucho antes cualquier intento de imponer disciplina. El otro lo respetaba, pero consciente de ser quien hacía todo el trabajo, se limitaba a pasarle los partes, o las planillas, para que al final firmara y listo. Se llevaban bien. Era una amistad distante y de pocas palabras en la que se movían con total comodidad. Pasaron años trabajando juntos, sus hijos eran novios, cualquier problema que surgiera lo solucionaba el abuelo Villar, el status quo funcionaba.

 

En realidad el Tío Eusebio, que era como todo el mundo conocía al padre de Pilar, fue quien administró la economía de guerra. Siempre se “caía” algo de los vagones que pasaban por allí. Y él se encargaba de recogerlo, mientras el Jefe fumaba su cigarrito en la oficina y miraba para otro lado. Incluso Eusebio tuvo la prudencia de no implicarlo jamás. Recién cuando llegaba a su casa, como las más de las veces Antonio andaba por allí, lo llamaba y le daba una bolsa de harina, patatas, arroz, para que le llevara a sus padres. Encargo que el joven cumplía, con aires de conspirador, y el Jefe Miranda aceptaba cabeceando: “Este Eusebio… Tiene una suerte. Siempre encuentra algo que se ha caído.” Ni siquiera los guardias civiles, conocedores de su habilidad, se metieron nunca con él. Era sabido que, al principio de la guerra, alguien se le había acercado para proponerle lo que podía ser un buen negocio. Y el Tío Eusebio ni siquiera había contestado. Se limitó a mirarlo, sin dejar de tallar el palo de olivo con la navaja que acababa de sacar del bolsillo trasero. Por lo visto, la conjunción de esos ojos, aparentemente tranquilos, y las astillas que saltaban por el aire, fue suficiente. Él no comerciaba con la necesidad de nadie. Y era tan medido que, tras apartar apenas lo justo para su casa y la de los futuros consuegros, distribuía el resto entre aquellos que sabía podían necesitarlo. Por justa contrapartida le llegaban a él algún canasto de frutas, o verduras recién cortadas, o una garrafita de aceite o vino. No había inventado nada, ni se alababa por ello. Seguía, en ese mínimo circuito de trueques, las viejas costumbres de la gente pobre y noble ante situaciones que lo pedían.

 

Era un personaje querido y respetado. Sin ningún tipo de estudios, había aprendido lo esencial para leer y escribir sentado al lado de su hija cuando ésta empezó a ir al colegio. Él decía que con eso le bastaba para entender el convenio de trabajadores del ferrocarril, que portaba en el bolsillo del pantalón, y del que siempre echaba mano si sospechaba que se le estaba exigiendo algo que no perteneciera a su categoría y salario. El abuelo Miranda se cuidaba también de consultar dicho librillo antes de ordenarle algo, porque si iba más allá de lo permitido no habría nada que hacer. Odiaba la religión y la política a partes iguales. Aunque reconocía las mejoras obtenidas en los años revueltos y confusos de la República. Entendía la importancia de que se garantizara una educación y sanidad gratuita y para todos. Tanto como la concienciación de los trabajadores en sus derechos y responsabilidades. Pero no había manera de reclutarlo para ningún partido. El delegado sindical de la zona, sabiendo de su carácter y popularidad, lo tentaba continuamente a ingresar en la CNT. Al fin y al cabo, se trataba del ideario más cercano a sus propias concepciones. Sin embargo, el Tío Eusebio lo sacaba al patio, con un vaso de vino, para hablar tranquilos, y le decía que lo dejara en paz.

-Mira, Paco, a mí me parece bien lo que haces. Y también lo que en el fondo buscan tus compañeros. Vamos, lo que para mi corto alcance veo. Pero sois igual de ceporros que los curachones o cualquiera de los otros. Los que están de vuestro lado son buenos, y los demás todos malos. No es así como vamos a ir palante. Aquí tienes un amigo, y un compañero cuando haga falta. No me sueltes mitines. He nacido y me voy a morir de este lado, con cuatro chavos. Nadie me va a decir a esta altura quienes son los míos. Ni cómo debo pensar. Te agradeceré que me llames la atención si notas que me agacho, o perjudico a alguien. Pero, mientras tanto, así estoy bien. Todo lo bien que un mastuerzo viejo como yo puede estar en esta España de mierda que nos ha tocado, claro. Vamos, Paco, termínate eso, y vete a ayudar a los chavales jóvenes. Que griten menos estribillos y piensen un poco más. Eso sí que nos beneficiaría.

 

Pilar, la hija, se tranquilizaba cuando veía partir, un tanto cabizbajo al sindicalista. Siempre temía que el padre se dejara enredar en cuestiones políticas. Habían quedado solos cuando una epidemia de tifus se llevó a la madre. Acababa de cumplir los doce años, y desde entonces cargó con todos los trabajos de la casa. El padre, consciente de ello, hacía lo imposible por facilitarle las cosas, e incluso la arengaba a que saliera más con sus amigas, o se recluía en el cobertizo a armar jaulas para los conejos si venía Antonio a visitarla. Hubiera preferido para Pilar un muchacho más despierto y vital. Estaba claro que en la pareja quien pensaba y mandaba era ella. El chico era casi tan mustio como su padre. Pero también igual de respetuoso y buena gente. Además que él nunca se metería en la vida y decisiones de su hija. Si quería libertad para sí mismo debía quererla para los demás. Ya bastante le había costado mantenerse al margen, y con la boca cerrada, cuando ella desde pequeña se decantara hacia las creencias católicas. Probablemente por la muerte de la madre, o alguna amiga que le llenó la cabeza. El asunto es que le había salido una hija de misa, comunión, y procesiones. No podía entenderlo. Sin embargo se guardaba de criticarla, o entorpecer de cualquier manera lo que ella consideraba sus obligaciones espirituales. Eso sí, que a él no lo obligara a abstinencias de carne, ni le diera la coña con catequizarlo. Tú con lo tuyo y yo con lo mío, los dos felices. Lo único que aprendí, y de jovencito, fueron las letanías. Y eso para poderme cagar de corrido en todos los santos. Pilar fingía escandalizarse al escucharlo, pero hasta el día de hoy repite esa frase, al describir a su padre, con un orgullo brilloso en los ojos.

 

Cuesta entender a esta Pilar de hoy, hija de aquel hombre, y educada con tanta consideración hacia su individualidad. Crecida en un ambiente sin quejas ni reproches. Estimulada para que estudiara y aprovechara su juventud. Empujada, dentro de los cánones de la época, hacia una libertad e independencia de movimientos que, en todo caso, no favorecían la comodidad del padre en su casa. Cuando terminó el bachillerato, el gobierno de la república le otorgó una media beca para continuar los estudios de magisterio en Alicante. Aquello significaba, con quince o dieciséis años, irse de la casa, a una ciudad a cincuenta kilómetros. Ella, aunque era lo que quería, estaba bastante asustada. Y fue el padre quien le dijo que no fuera tonta, que era su futuro, y que él ya se arreglaría solo. Le buscó una pensión adecuada, comprometió a la dueña para que le comunicara cualquier cosa que pudiera hacerle falta, ya que sabía que ella era capaz de callarse por vergüenza, y la instaló allí, aclarándole que confiaba por completo en su madurez para comportarse como debía. Y que no se preocupara, que enseguida haría amigas y descubriría una vida que con él, y en aquel pueblo perdido nunca conocería. Vaya a saber si estaríamos contando esta historia, si no fuera porque unos meses después se desató la guerra civil, comenzaron esas larguísimas vacaciones escolares del 36, y Pilar debió volver a escape a Sax.

 

Tampoco Antonio podía quejarse de haber recibido malos tratos, o una educación restrictiva. Sus padres jamás le levantaron la mano. Aunque en lo de quejarse, el error es nuestro. Ya que su principal ocupación es quejarse de todo. Y, por supuesto, cada vez que podía hacía hincapié en lo bien que le habrían venido unas cuantas tortas en su momento. Sumidos en esta revisión, no sólo estamos de acuerdo sino que abogaríamos por un incremento geométrico en la cantidad. Pero ya se sabe lo que son estas frases. Como el rico que echa de menos una infancia pobre. O el eximido del servicio militar, pensando que es una pena, porque allí se habría hecho hombre. ¿Alguien le cree a un hombre que, en una reunión, les dice a las señoras cuánto envidia sus privilegios de embarazo y parto? No, nosotros tampoco. Aunque nos encantaría verlo, de repente, arrastrando el bombo, o gritando con las patas abiertas ante el cabezón que no termina de salir. Seguro que sus gritos serían de hosana y alegría. No te jode. Como éste, convencido, o queriendo convencer a los demás, lo feliz que habría sido su vida si lo hubieran cagado a palos.

 

Han acertado. Ese discurso generalmente aparecía en las proximidades de alguna de las palizas que pegaban, entre él y su mujer, a los hijos. Añadiendo, como muchos habrán pensado, el famoso epígrafe de: Esto a mí me duele mucho más que a ti. Increíble lo que son capaces de sufrir algunos padres por sus hijos. Y los muy desagradecidos o no les creen, o se preguntan por qué no se lo ahorran entonces. Cuando sean padres lo entenderán. ¿A que sí? Porque lo malo estaría en crecer, y darse cuenta un día que a ellos no les han pegado. Qué lo parió. ¿Cómo pudieron perderse eso? Padres, golpead con frecuencia a vuestros hijos. El que bien te quiera te hará de llorar. La letra con sangre entra. Etc., etc. Cuesta admitir que una sociedad, con refranes tan sabios, lleve siglos sin avanzar.

 

Pues bien, ni a Pilar ni a Antonio les pegaron nunca. Que ellos recuerden. Y parece ser que una cosa, como su contraria, se recuerdan siempre. Ya sabemos que a Pilar, de origen humilde, la animaron a estudiar, y además le gustaba. A Antonio no. Queremos decir que no le gustaba estudiar. En realidad, había muy poco, o nada, que le gustara. Bueno, la madre aportaba un dato interesante: Tomar la teta le fascinaba. No, nada de eso, como a todos no. Él a los cinco años continuaba persiguiendo a todas horas y por todos lados a la madre para que se la diera…

ESCRITOS PARA “EL LAGO” Y NO UTILIZADOS EN LA NOVELA

 

El Padre Rossi alisó la sotana sobre las rodillas, sacudiendo de paso unas migas rebeldes del reciente desayuno. Quería enfocar la pregunta del chico arrodillado a su frente como parte de la confesión de alguien con nueve años. Éste, con la cabeza baja evitaba mirarlo. Pero esa era la actitud general. Y no, no había sido una pregunta. Él intuía una pregunta por debajo de lo dicho. Se había acusado de futuro antisocial. Padre, voy a ser un antisocial, fueron exactamente sus palabras. Algún malentendido, seguro. Pensó que lo mejor sería conducirlo a explicarse.

-Mirá, hijo, no podés confesarte de algo que aún no has hecho.

-Pero es que yo no quiero ser… ¿Qué hacen los antisociales?

 

El niño estaba desolado por la caída de las migas sobre el entarimado del confesionario. Por la fuerza con que los dedos del sacerdote las habían expulsado quedaban fuera de su visión. Ahora estarían a su izquierda, quizás entre las juntas de la madera, y para seguirlas, para dibujar algo con ellas, hubiera debido torcer la cabeza. Tenía que encontrar otra cosa, algo, antes de llegar a la parte difícil.

-Bueno… -contestó el cura-. Se le dice así a la gente que no acata las normas de convivencia. Los que viven fuera de la moral y las buenas costumbres. Pero vos sos un buen chico, un buen alumno. ¿Por qué ibas a convertirte en eso?

-Porque no juego -por suerte ya había elegido el soleo, o como se llamara esa bufandita que besaban y se ponían al cuello para confesar. Las hebras doradas hacían un camino que podía seguir todo el tiempo que hiciera falta.

-¿Qué decís…? ¿Qué tiene que ver eso con ser un antisocial? ¿Quién te ha metido eso en la cabeza?

-La Caty. Dijo que ya era bastante raro. Pero que si además no jugaba me iba a convertir en un antisocial.

-A ver -el cura empezaba a sospechar por dónde iba la cosa-, en primer lugar no tenés que darle tanta importancia a lo que esa amiguita tuya diga. ¿Por qué no querías jugar con ella?

-Es que la Caty no es amiga mía. Bueno, no sé -el chico levantó la cabeza y lo miró, confundido-, un poco sí. Pero yo no quería jugar con ella.

-Sí, ya… Eso ya lo sabemos. Mejor contame a qué quería ella que jugaran.

-¿Ella…? No lo sé. Yo quería ir a jugar con los chicos de la barra, en el campito de la esquina.

-¿Ves…? Algo de lo más natural. Por eso te digo que no le hagás caso. Las chicas a veces son un poco caprichosas. ¿Seguro que no te dijo a qué quería que jugaras con ella?

-No, Padre, usted no me entiende. Ella le decía todo eso a la Elena. Yo las escuché.

-Está bien, está bien. Sos vos quien no entiende muchas cosas todavía. Pero ya las irás entendiendo. Y no te preocupés, que eso no te va a llevar a ser un antisocial. ¿Hay algo más que quieras confesar?

-Eeeh, no -titubeó un momento-. No, creo que no.

-¿Desobediencias, malos pensamientos…?

 -No, Padre. Lo que me preocupaba…

-Olvidate de esa tontería -le hizo la señal de la cruz-, y de todas formas vas a rezar tres padrenuestros y tres avemarías, para que el Espíritu Santo te ayude a ver que lo importante es lo que hay en tu alma. Andá en paz.

 

El sacerdote sonreía para sus adentros al notar lo poco convencido que se iba. Era cierto que el galleguito ese tenía cosas raras. Demasiado serio siempre. Aunque no podía decir nada en su contra. Uno de los mejores alumnos, obediente, respetuoso. En religión, que era la materia que él daba, sabía cosas que lo sorprendían. Una vocación temprana, quizás. Tendría que observarlo con más atención.

 

En cambio el niño estaba más confundido que al principio. Es cierto que había averiguado lo que significaba ser un antisocial. Pero no le veía la relación. Y tampoco tenía idea de a qué podría haber querido jugar la Caty. El Padre Rossi parecía tan seguro. Otro con eso de que ya entendería más adelante. ¿Pero, mientras tanto, cómo se comportaba? Él quería hacer las cosas bien. Y sin embargo…

 

El día anterior, después de venir del colegio, comió, durmió la siesta, hizo los deberes, y le pidió a la madre la lista de las cosas que hubiera que comprar. Era el encargado de esto, porque la madre estaba muy ocupada trabajando. El padre tenía el taller de cortado, y de modelismo de calzado, al fondo, cruzando el patio. Y ella el de aparado y picado en lo que antes era el garaje. Le explicó que prefería hacer los mandados temprano porque habría menos gente. Pero sobre todo intentaba terminar antes de las seis, que era cuando le habían dicho los chicos de la barra que jugarían el partido contra los del Colorado Quaranta. Por primera vez le avisaban que contaban con él para un partido. No podía perder esa oportunidad. La noche anterior le costó dormirse imaginando incidencias, atajadas que haría aunque el fútbol le pelara las manos. A la siesta le pasó igual. En realidad sólo dio vueltas en la cama, sin dormirse. Además no le gustaba acostarse después de comer. Pero la madre siempre fue inflexible con las siestas. Durmiera o no, a la cama. "Esa horita tu padre tiene que descansar, y nadie va a andar haciendo ruido."

 

Él ya lo sabía. Y por supuesto que no hubiera hecho ningún ruido. Qué ruido podía hacer, desde su habitación, si se ponía a leer, o a hacer los deberes. O si se iba a jugar con los chicos en la calle. Todos, después de comer salían, y se ponían a charlar, o cambiar revistas, o jugar a las bolitas o lo que fuera. Pero si lo mencionaba la madre se ponía furiosa. "Esos se pasan todo el día en la calle. Tú no eres como ellos." Otra más. Aunque se había esforzado, no podía ver la diferencia. No eran negros, como decían sus padres. Algunos incluso eran más rubios que él. Es cierto que no tenían la piel tan blanca, pero porque jugaban al sol. Y seguro que no había que llenarles de almidón y tomate los hombros, o la frente, como le pasaba a él, si algún día iban al campo. Aparte que no era cierto que se pasaran todo el día en la calle. Ellos también iban al colegio.

 

Razonamientos inútiles que, o no eran escuchados, o se cerraban con la orden definitiva de irse a la cama. No, ella tampoco era igual que las otras madres. Y no iba a dejar que a su hijo le diera un corte de digestión por hacer el indio. Bien, contra este argumento no se le ocurría nada. Y decirle que aquellos chicos no parecían sufrir los cortes de digestión sólo le hubiera acarreado el par de bofetadas, o el chancletazo, que la madre utilizaba en casos de insistencia.

 

Así que esa tarde cumplió todos los requisitos. Tras hacer las compras, a paso más que vivo, limpió, antes que se lo pidieran, el piso alrededor de las máquinas, que siempre se llenaba de hilos y recortes. La madre, que lo conocía de sobra, ni siquiera lo miró. Pero Elena y Caty, las dos chicas que trabajaban para ella, sí lo hacían de reojo, y movían con desánimo la cabeza. Él sólo preguntó si necesitaba algo más. Y ante la negativa, respiró con fuerza y cruzó el patio. Sabía que ella le hubiera dicho habla con tu padre, así que daba igual.

 

No era consciente aún de la cantidad de reacciones que se producían en él al abrir aquella puerta. Ni siquiera hubiera podido nombrar la sensación de pánico, de fracaso anticipado, que lo envaraba por completo al hacerlo. Sí notaba, en cambio, la necesidad de encontrar los dibujos salvadores. Por suerte allí ya hacía tiempo que los había localizado. Los mosaicos con que finalmente revistieron ese piso habían salido de unos restos de oferta. Así que había rosetones, guardas, flores de lis, granito, arabescos… En todo caso variaba la ruta, de acuerdo a su posición, o al caprichoso obstáculo de las virutas de chapa, o cartón, que despedía el pantógrafo. Pero estas alternativas también ayudaban. Ofrecían nuevos elementos, la vista iba y volvía, dudaba en la elección, probaba salidas del laberinto, vadeaba siempre el mayor peligro.

 

Tampoco notaba aún la falta de confianza en sus súplicas, la vergonzosa inseguridad de las réplicas. Paradójicamente, cada vez que iba a pedirle permiso a su padre para salir a jugar, se ofrecía como el juguete de goma que rebotaría entre esas paredes hasta el cansancio. ¿Al menos, entonces, para el padre sería un juego? Difícil saberlo. En contra de la repetida frase, hay actitudes que ni siquiera el tiempo y la distancia ayudan a entender. Él primero se ofrecía, calculando el escaso margen que quedaba hasta la hora del partido, para ayudarle si necesitaba algo. Antes, de un vistazo, había comprobado que por suerte no tenía ninguna escala terminada. Así que todavía no podía pedirle que las lijara. El padre lo miraba por encima de sus anteojos. Inequívoco gesto de no creas que no me doy cuenta de lo que estás buscando. Pero a él no le importaba, porque no intentaba ocultar nada. Sólo quería demostrar su buena voluntad, esperando que, por acumulación de méritos, alguna vez lo premiaran con el anhelado permiso. Hasta de eso estaba lejos aún. De entender que el juego no era un premio sino un derecho.

 

Y se encontraba, de golpe, aplastado por la cara de enfado del padre. Por el repetido discurso que no encontraba forma de encadenar, de llevar al terreno de lo solicitado, sin que se rompiera. "Por lo visto a ti no te importa ver a tu padre matándose aquí todo el santo día. ¡Hala, él no piensa más que en jugar, en jugar! ¿Y los demás, qué…? ¿También nos tendríamos que ir a jugar? ¡A ver quién te pagaría el colegio, que bien baratito que nos sale! ¿Así es como nos lo devuelves…? ¿Pensando sólo en jugar? En irte a la calle, como si te quemara estar en tu casa. A vivir como esos otros, a la buena de Dios. ¿Tú me ves a mí que me vaya a jugar, a sentarme en la vereda, como sus padres, a hablar idioteces y beber hasta las tantas…? ¡Mira, no me hagas perder la paciencia, y quítate de mi vista, zángano!"

 

El significado de zángano sí que lo conocía, pero estaba seguro de no serlo. Y le dolía tanto que se lo dijera, que clavaba los ojos en la flor de piedra. Generalmente la flor de piedra, no sabía por qué, era la mejor en esos momentos. Cuando le empezaban a escocer los ojos, y el nudo en la garganta le avisaba que ya no podía más, la rodeaba una y otra vez, tratando de no parpadear, para que las lágrimas se quedaran allí. Si la flor no se desdibujaba lo había conseguido. No tenía que llorar. Hubiera sido lo peor. Se ponían frenéticos si lloraba. Y lo acusaban de muchas más cosas. Además el padre hubiera llamado a la madre, y ésta seguro que le pegaba. Había perdido otra vez. No tenía sentido decir nada. Un momento antes hubiera tratado de explicarle que si había hecho los deberes de aritmética, y geometría, y el dibujo de historia, y había ido a comprar a la carnicería y el almacén, y había limpiado en el garage, era porque había pensado en todo eso. Quedaba claro que no pensaba sólo en jugar. Y el colegio lo habían elegido ellos. Y sabían que estudiaba mucho, y era el mejor alumno de su clase. Él no quería que su padre bebiera, ni ninguna de esas cosas. Él sólo quería jugar, porque…

 

Pero tenía que salir rápido de allí, el dolor en el pecho volvía a subir. Así que cuando atravesó otra vez el patio, hacia la casa, se encontró con Caty y Elena, que venían de la cocina. Y ante sus preguntas les contó que no iba a jugar el partido de esa tarde. Lo de zángano, y todo lo otro, se lo calló. Además las baldosas del patio no tenían dibujos. Quizás fue eso. O que Caty, pasándole la mano por la cabeza, comentó con la otra: "¿A vos te parece…? ¿Cómo no va a poder jugar con los otros chicos?" Y la Elena, en voz más baja, y un poco más lejos: "Pobre… Ya es bastante raro, todo el día trabajando y encerrado. Van a terminar por convertirlo en un antisocial." Al escuchar lo de pobre, se le quebró la resistencia, empezó a llorar y entró corriendo a su habitación. Por suerte la madre no estaba. Pero un rato después, lo que le seguía dando vueltas en la cabeza era la última palabra.

SOBRE  "EL PROFESOR DEL DESEO" DE PHILIP ROTH

Acabo de leer El Profesor del Deseo, de Roth. Bueno, y muy bien escrito, como casi todo lo de él. Pero me he quedado pensando en el por qué de esa obsesiva neurosis, que le impide cerrar el libro y esa etapa en concordancia con lo que realmente sucede. Me molesta esa negación de la realidad feliz, ideal, en que se halla, para ensombrecerla con lo que piensa que va a suceder. Sí, de acuerdo, pinta su enfermedad, o la de su personaje. Por otra parte la enfermedad, la neurosis, de toda su obra. Y me molesta, justamente, porque es un escritor lúcido, analítico, profundamente crítico, con personajes y situaciones. Siempre espero que esa lucidez lo lleve a hacer, o hacerse, las preguntas que desentrañarían esos por qués.

 

La incapacidad manifiesta para disfrutar los momentos de felicidad pensando que se van a acabar. Este cuerpo que deseo, dentro de un año sólo me provocará, con suerte, un desapegado cariño. Esta mujer bella, joven, alegre, que hoy llena mis horas, mañana será inaguantable porque quema las tostadas, o se olvida de echar la correspondencia al correo. Este momento maravilloso, en que mi padre nos visita, charla, y come con nosotros, está destinado a desaparecer, como él mismo. ¡No te jode! Todo está destinado a desaparecer, o transformarse, o lo que sea. Si el amargueti del personaje se muere de repente al día siguiente, se habría salvado de tener que contemplar y sufrir esa descomposición de lo ideal. No disfrutemos hoy, por todo lo que, probablemente o no, pudiera suceder de aquí a un tiempo.

 

¡Qué manera de joderse la vida! La mitad de cada libro buscando desesperadamente algo que se le resiste, se le prohíbe, se distancia y dificulta. Para, una vez hallado, o ganado, sentir vergüenza de tenerlo, miedo de tenerlo porque seguramente lo va a perder, lo va a echar a perder, lo va a traicionar, o lo van a traicionar… Todas las variantes posibles del no disfrute. ¡Qué carajo hemos mamado, para pensar así! No, no es difícil la respuesta: Las putas religiones, tendientes a convertir la vida en un valle de lágrimas. De acuerdo, hay momentos de amargura y lágrimas. Y de lucha sin cuartel, miserias y violencia. Al igual que momentos de alegría, placer, plenitud. Pero, por lo visto, estos últimos hay que vivirlos con un intenso sentimiento de culpa y fugacidad. “No te rías tanto, que después podrían venir las lágrimas.” Joder, el después, que existe, también lo hacemos nosotros. Dejémonos de mandangas fatalistas. Si soy boludo, es bastante probable que tenga que comerme las consecuencias de mis boludeces. Pero también al revés. Si compongo mi vida con realismo, pensando, con voluntad de disfrutarla, es muy probable que lo consiga.

 

Claro, llegado ahí, veo perfectamente la función cumplida por las religiones y la educación conveniente de nuestro sistema enfermo. Alguien que no tiene miedo de soñar lo que sueña, de desear lo que desea, de vivirlo intensamente sin prejuicios –justamente: sin pre-juicios, ajenos por otra parte-, se ha salido de la manada. Alguien que decide por sí mismo, sobre sí mismo, no amortiza los gastos de publicidad. Si no consume idiotez, no piensa idiotez, es pensamiento subversivo. No engrasa la maquinaria. Si entiende el trabajo como el esfuerzo mínimo para subsistir, es que ya ha descubierto que se puede subsistir con una millonésima parte de lo que nos dicen. Ha entendido que la marginalidad –vivir al margen de la pandemia de idiotez-, es una obligación humana, dentro de una verdadera evolución. Que pensar, crítica, analítica, honesta, y realistamente, es todo lo contrario que el aburrimiento impartido por la brutal información-desinformación de los medios al servicio de la educación y las creencias represivas. Que la “trascendencia” que se nos impone, en la familia, la enseñanza, el trabajo, etc., no es más que un engaño, para sacarnos de nosotros mismos, y encadenarnos a una masa productiva, de la que otros pocos enfermos de idotez sacarán beneficio, sin tiempo ni capacidad real para disfrutarlo.

 

No hay trascendencia. Dejemos de chuparnos el prepucio. Me importa una libélula que lo que estoy escribiendo lo lea alguien después de mi muerte. Mejor o peor para él. A mí ya no me va a servir de nada. Aunque estas ideas salvaran a la humanidad, o la precipitaran en el error más abstruso, ni lo sabría ni lo vería. No es que me cague en la trascendencia, es que no existe. Trascender, ser eterno, otra u otras vidas, palabrerío, pajas mentales. En millones de años no ha sucedido, y no veo que vaya a suceder. A eso me atengo. Vivo con lo que soy y puedo hacer. Hoy sí, hoy disfrutaría la discusión, el entendimiento, el rechazo, argumentados, sobre este vuelco, al menos honesto, de rabia sobre lo que nos hacen, y nos dejamos hacer. El nombre, la resonancia futura, la fama, les sirve a los marchantes y editores. A van Gogh no le ayudó a comer, ni le ayuda hoy seguramente, el precio que se paga en el mercado por sus girasoles. Cualquiera podría agregar miles de ejemplos similares. Me gustaría escucharlo alabando la trascendencia de su obra. Siempre ha sido, y sigue siendo, lo mismo: Los putos mercaderes venden a precio de oro el pan de los muertos, mientras pacientemente esperan –negándoles la sal y el aceite-, que mueran los que están faenando el pan de hoy.

 

hablar de la trascendencia de los hijos –o en los hijos-, ya es un crimen de lesa humanidad. Porque quien pretende trascender –o sea continuarse más allá de la muerte-, en un hijo, está equivocando, y amargando dos vidas. Quiere realizar sus deseos, planes, o como le llamemos, en otro. ¿Es que el otro no tiene derecho a elaborar y elegir los propios? Acabamos de sintetizar el drama de casi todas las familias del mundo. Convencidos los gestadores de esa necesidad de trascender, o sea de obligar a sus retoños a trascenderlos, cagan la fruta antes de sembrar el árbol. Todo lo que no han sido capaces de realizar, todas sus frustraciones, deberán ser superadas cum laude por los hijos. No importa que estos no pidieran nacer ahí, y mucho menos estén dispuestos a cumplir semejante misión imposible. La Sociedad Anónima, de creyentes y educadores, sabe que es imposible. Son idiotas, pero prácticos. Por lo tanto, lo que les importa es que, de esa manera, irracional y conflictiva, se destruya en germen lo que los nuevos integrantes pudieran elaborar. En la etapa más importante de su formación se les reprime la individualidad, la libertad, la conciencia de ente autónomo que en realidad son. Los padres, la familia, se encargan de destruir esto. Y si alguno finalmente se rebela, aunque sea en parte, arrastrará lo que más machaconamente se grabó en el programa madre, o padre –mire usted por dónde, el nombre de los programas…-, o sea la culpa de desobedecer aquel mandato de trascendencia, haberlo traicionado para intentar ser uno mismo. ¿De qué manera podría ser feliz si lo consigue? ¿Cómo no sentir que, de alguna forma, deberá pagar con futuras catástrofes, cada instante de libre y personal felicidad? Me parece que empiezo a entender lo de Pillip Roth, aunque humanamente me siga molestando. Que es lo que se quería demostrar. ¿O no…?

 

TEXTO  ESCRITO  PARA "EL LAGO"  Y NO UTILIZADO EN LA NOVELA

CHARLA  DE  EL COSO  CON  EL  L-J-

     -Aquello fue una anécdota. Como tal, aunque bastante más abreviada, me la contó el mismo. No es la única diferencia. A mí me cuesta verle la gracia, y él sonreía con una especie de ternura, como acariciándole la cabeza a su predecesor. Decía que esa forma de ver, dentro de lo que todavía no se entiende, el elemento que es, o va a ser importante, lo perseguía siempre. Quizás te atrae, y a partir de ahí vos lo convertís en importante, le apunté. Quizás te sirve para escapar de lo verdaderamente importante. Creo que quería chicanearlo, obligarlo a admitir el dolor del recuerdo. Me molestaba esa distancia de taxidermista con que hablaba de su infancia. Sin embargo, con la misma sonrisa de antes -¿a quién le estaba pasando ahora la mano por la cabeza?-, respondió que sí, que podía ser. Pero, en definitiva, ese es tu problema, ¿no…? Quien quiere contar la historia sos vos.

 

        Es fácil odiarlo. Tan fácil como resulta aprender a su lado. Niega su aprendizaje zen, aunque yo nunca pretendí mencionarlo como algo a lo Kung-Fú, pequeño saltamontes y todo eso. Pero sus respuestas, sus silencios, la manera en que te da vuelta, como un cachetazo, y hay que cerrar los ojos y contar hasta diez, para no matarlo, porque te ha metido el dedo en plena hemorroide, es de puritito maestro hincha pelotas. Me da igual que lo haya leído, soñado, o pasado diez años en el Tíbet.

        -Dale, ahora metele esos años de piernas cruzadas. Seguro que te va a facilitar la búsqueda de lo que no sabemos sobre él.

          -Da igual, Ele, entre lo que calla y lo que niega…

        -Pero se trataba de entenderlo a partir de su infancia. O su no infancia, como vos decís. Con suerte, ya llegaremos a la otra parte. Hablame de lo que sí te contó, o lo que después fuiste averiguando. Todo rompecabezas surge, si se arma bien, a partir de las imágenes conocidas.

        -De acuerdo. A lo mejor ese manejo de la casuística viene de ahí. ¿Te he contado mi teoría sobre el nacimiento no discriminado de las teorías?

       -Algo discutimos ya, creo recordar, pero era sobre los mitos y leyendas. ¿Estás seguro que, aparte de darte brillo, va a servir para algo?

        -Todo lo que ayude a pensar sirve. Por ejemplo a disfrutar tanto un ensayo como una novela. Lo que te pasa es que sos un jodido. Si se te hubiera ocurrido a vos te parecería de lo más pertinente. ¿O no…?

        -Dale, por favor. Ardo en deseos de escucharte.

        -Es lo mismo que en los mitos, ancestrales o no. Para separar al hombre del hombre, tratan de convencernos que distintas civilizaciones producen distintas explicaciones a sus dudas y miedos. Cuando la diferencia apenas existe en las lenguas o formas de expresarlo. Pero esas preocupaciones son siempre las mismas en cualquier hombre y en cualquier punto del planeta. La montaña, el río, o el desierto, condicionan matices de expresión, forjan un carácter duro o melancólico. Y las religiones, claro, las religiones condicionan la libertad de razonar a pleno.  Sin embargo quien lo hace llega a las mismas o parecidas conclusiones.  No hay un pensamiento de oriente y otro de occidente.

        -¿Estás seguro…?

        -No seás boludo. No me refiero a las recopilaciones escritas. Eso es lo impreso y publicado. O sea lo admitido por el poder de cada lado como representativo. La historia oficial. Decime ahora que la historia oficial es la verdad, en cualquier parte del mundo. Un individuo en Osaka, la Patagonia, o Illinois, razona sobre sus dudas y problemas e implementa métodos que lo ayudan a enfrentarlos. Quizás no encienda velas, ni sepa lo que es la postura del loto, pero se sienta con el mate, en el patio de atrás, y pierde la mirada en las nubes, o entre los pinos, porque ha descubierto que eso le permite calmarse. Y cuando vuelve a aquello que le acuciaba nota una claridad, una tranquilidad, que transforma el panorama y le presenta la cuestión como más desnuda y simple. No me mirés así, es un ejemplo improvisado. Lo importante es entender que los nombres de meditación trascendental, mente en blanco, imperativo categórico, nirvana, etc., son estúpidas marcas registradas, apropiaciones sociales de las que se habrían reído quienes las inventaron. Que podés llegar al mismo punto sin ritos ni lecturas. No hay exclusividad geográfica para el pensamiento. Y no, no niego ni el estudio ni el aprendizaje, digo que puede suceder sin eso. Que la rueda tal vez se inventó en Asia, pero a lo mejor un indio en el Amazonas ya hacía rodar sus cargas con troncos recortados.

        -Maravilloso, Doctor. ¿Pero todo eso es para sugerir que nuestro personaje era un maestro zen autodidacta?

        -Quedate con lo de autodidacta, que es seguro. Desgraciadamente de sus zonas oscuras nunca conseguí que hablara.

        -A lo mejor no las tiene. Creo que tu imaginación se dispara en eso.

        -Sí que las tiene. Ya vas a ver cómo vos también empezás a notarlas.

        -Bueno, reconozco que en algunas cosas…

        -En más de las que nos gustaría. Si yo no me hubiera tomado el trabajo de visitar a un montón de gente allá, antes de venirme, y algunos ahora acá, su infancia, la familia, todo eso, tendríamos un hueco apreciable a la hora de entenderlo. Y mirá que de esos temas sí que charlamos un huevo.

        -Macanudo. Sabemos entonces, según vos, que estaba destinado a ser un antisocial porque no jugaba. Que era obediente, responsable, buen alumno…

       -Cuando yo digo que sos un jodido… No te burlés. Era así, y justamente eso le producía un quilombazo en el bocho. Digamos que en realidad el quilombo no se le armó hasta que no se cambiaron de casa. Mientras vivían en el Centro, en un conventillo de la calle Lima, su mundo era inquebrantable. Las pautas que lo regían no entraban, o casi no entraban, en colisión perceptible con el resto. Aquellas cuestiones que hubieran podido inquietarlo, o llevarlo a preguntarse los por qués, eran apartadas con la convicción que sus padres, dioses absolutos de esa época, resolvían siempre lo mejor, no podían equivocarse.

        -¿Era un conventillo? Entonces vivían en una misma habitación los tres, ¿no?

        -Ya empezás a aportar algo. Cómo se nota que estuviste casado con una sicóloga. No, Ele, sería un dato interesante, pero no dormía en la misma pieza que los padres. Aunque esto también marca y define. Ya en España, no bien nacer, el padre decidió que pusieran su cuna en otra habitación. Y parece que, tras llorar un poco, se calmó y no volvió a molestarlos por la noche.

        -Ché, no me parece mal. Al contrario, fomentás su independencia.

        -Me convenciste. Seguro que lo hicieron por eso. Ambos deseaban, por encima de todo, un hijo independiente y libre. El que está brillante hoy sos vos, eh. Ya hablaremos de eso, no te preocupés. No, la zona que les tocaba a ellos en ese departamento -pude visitarlo-, era la terraza, a la que se subía por una escalera metálica de caracol. Tendría unos diez metros de ancha, con una pieza en cada extremo, y una especie de cocina-lavadero al medio, techada con zinc. La habitación más grande tenía la cama de los viejos, un ropero, un aparador, y una mesa con sillas. En la otra apenas alcanzaba para la camita de él y un baúl, sin ventanas. Era su lugar para la siesta y la noche. Según contaba no tiene ningún recuerdo especial de ella, ni de que le molestara esa separación. Al principio la madre lavaba, cosía, y planchaba ropa que le traían. Así que se pasaba el día hablando con él, y enseñándole a leer y escribir. Dos años después, cuando entró al colegio, ya hacía rato que leía cualquier revista que cayera en sus manos, o copiaba párrafos del Selecciones del Reader´s Digest, que les pasaba Doña Josefa, la dueña del departamento, que vivía en la parte de abajo.

       

     En realidad toda su educación fue obra de la madre. Esos cinco o seis años que, según dicen, son los que forman las principales características de una persona estuvieron en sus manos. Mientras vivieron en España, en la Casa Cuartel de la Guardia Civil, ya que el padre pertenecía a este cuerpo, la única compañía que ella tenía era el hijo. Además, y con cierta razón, consideraba a las otras mujeres muy por debajo de su formación. La extracción social de los policías no varía demasiado en el orbe. Casi siempre está compuesto por los que no saben hacer nada, y robar les da miedo. Antonio, el padre de Jorge, se acercaba bastante a esa definición. Ya te contaré su historia. Pero fundamentalmente se enroló en la Guardia Civil al ser rechazado por la vista en la carrera militar. El típico hombre débil e inseguro, que necesita esconderse tras un uniforme.

       

     La madre había sido una estudiante ejemplar. Con trece o catorce años el gobierno de la República la había becado para estudiar Pedagogía en Alicante. El estallido de la guerra civil truncó eso. Y claro, cuatro años después no estaban las cosas para reclamarle a Franco que mantuviera los subsidios de estudios para los menos favorecidos económicamente. No, no hace falta que me lo preguntés, yo tampoco tengo idea por qué ambos padres son tan acérrimamente franquistas, cuando a ella claramente la perjudicó. Acordate que, ante todo, es católica, apostólica, romana, y no sé si me dejo algo. Supongo que diría el señor me lo dio, el señor me lo quitó, alabado sea, etc. En eso no ha cambiado, también con ella hablé tupidito, y es de las que con dios me acuesto, con dios me levanto. Sí, nos reímos porque a nosotros no nos tocó de madre, pero este pobre se la manyó lungo.

       

     Pero, bueno, la cosa es que su preparación, en la España que quedó tras la guerra, y más en ese ambiente, la separaba mucho de los gustos y conversaciones de las otras familias que componían el cuartel. Y encima a los maridos les tocaba ausentarse bastante seguido en partidas de rastrillaje a las zonas montañosas que aún pudieran guardar maquis, que es como llamaban a la resistencia sobreviviente. Mal asunto para los asustados, aunque grupalmente belicosos guardias. Y malo también para ellas, que vivían con el alma en un  hilo, aguardando la funesta noticia de algún enfrentamiento y una bala perdida. No le tocó. Pero sí tuvo que apechugar con esa vida enclaustrada, en la que sólo tenía la diaria asistencia a la iglesia del pequeño pueblo. O sea que su única compañía y, digamos interlocutor válido, fue el chico.

        -¿Y el marido…?

        -Bueno, al respecto ella cuenta una anécdota bastante demostrativa. Parece ser que en los últimos años de noviazgo estuvieron bastante alejados, porque no bien terminar la guerra Antonio se enroló voluntario para cumplir el servicio militar, después intentó continuar su carrera en la aviación, que es cuando lo rechazaron por la vista, y terminó por ingresar a la Guardia Civil. El asunto es que durante todo ese tiempo él le escribía inflamadas cartas de amor, que ella leía y releía mientras hacían planes de boda. Finalmente se casaron, y sólo dispusieron de un permiso de tres días como luna de miel. Así que en la primera noche, ya en su casa, ella dispuso la cena frente al hogar encendido, y en cuanto acabaron abrió la caja de cartón donde guardaba aquella correspondencia, atada con cintas de colores, y arrobadamente le propuso que la leyeran juntos, para escucharle repitiendo aquellas frases tan hermosas. Pero él le pegó un empujón a la caja, volcando su contenido, y le dijo que se dejara de pamplinas. Que eso no eran más que tonterías de chicos, cosas que se dicen sin pensar. Y acto seguido se fue al dormitorio. Según me contó ella fueron las primeras y amargas lágrimas de su matrimonio. Jura que sintió cómo se le rompía algo por adentro, y cómo se iba prometiendo a sí misma que nunca más tendría una actitud de amor hacia ese hombre, mientras iba rompiendo una a una las cartas y tirándolas al fuego. El rencor con que lo contaba, casi treinta años después, era paralelo al orgullo de afirmar que había cumplido con lo prometido. Es inútil preguntarse por qué siguieron juntos. Ya sabés, el sagrado sacramento del matrimonio, una esposa debe seguir a su marido hasta que la muerte los separe. Toda esa parafernalia, que en su caso podés leer perfectamente como no voy a parar hasta que te destruya y te entierre, hijo de puta. Aunque no se permitiría expresarlo así, claro. Pero siguiendo su historia es imposible imaginar siquiera otra cosa. El desolador panorama de tantas y tantas parejas que, tras cometer el error de una unión, por calentura, conveniencia, o lo que sea, asumen el castigo, el sacrificio hasta las últimas consecuencias. Y arrastran, en esa aniquilación de odio y resentimiento mal disimulado, ristras de hijos que a su vez crecerán mamando ese destilado bajo mentirosos nombres, que no los ayudarán precisamente a entender el mundo en que los han metido. ¿Por qué lo hacen? ¿Qué estúpida ley es esa que no nos permite corregir un error? ¿Por qué en el mundo del trabajo no rige igual? ¿Es más importante la obtención de ganancias, que la de la una vida equilibrada y feliz? Por lo visto sí. La ley de acierto y error vale para la ciencia, o la producción, pero no para la vida cotidiana. Cómo nos vamos a extrañar de los resultados. El César tiene que pensar de una forma en su casa, y de la contraria en el trabajo. Lo difícil sería que no la cague en los dos lados.

       

     Vaya a la mierda. Jorge la escuchaba a la puta de la suegra, narrando su promesa de no darle nunca más el gusto a su marido en plena luna de miel. Y resulta que en su casa, con algunas variantes, compartían la escena inicial. También en su caso lo difícil sería no cagarla en ambos lados. Momento en el que nos detuvimos para esta revisión, cada vez más pertinente y necesaria. Porque Pilar, esa mujer resentida, es quien lo crió. No pudiendo hablar, descargarse con nadie más, desde su nacimiento lo hizo su obligado confidente y alumno. Para Jorge esa voz fue la voz del saber absoluto.

¿Por qué

se llama así?

 

Nadie lo sabe.

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