No hay acolchamiento que valga para la pedrea de horror, de dolor humano, que trasciende lo sugerido. Porque la anestesiada distancia del poeta secuestrado -¿por la vida? ¿por los guardianes de la normalidad ciega?- apenas bosqueja fragmentos del diluvio en que se ahoga. Confusamente nombrado como el que perdió sus papeles, el que fue y ya no es. Inquieta la sensación de estar leyendo sólo eso: los desperdigados restos de una memoria incautada y deshecha.

               Pocas veces la derrota ha sido iluminada así. Triste es reconocerlo, y triste la belleza lograda por esa voz que se apaga.

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