TEXTO ESCRITO PARA "EL LAGO" Y NO UTILIZADO EN LA NOVELA
CHARLA DE EL COSO CON EL L-J-
-Aquello fue una anécdota. Como tal, aunque bastante más abreviada, me la contó el mismo. No es la única diferencia. A mí me cuesta verle la gracia, y él sonreía con una especie de ternura, como acariciándole la cabeza a su predecesor. Decía que esa forma de ver, dentro de lo que todavía no se entiende, el elemento que es, o va a ser importante, lo perseguía siempre. Quizás te atrae, y a partir de ahí vos lo convertís en importante, le apunté. Quizás te sirve para escapar de lo verdaderamente importante. Creo que quería chicanearlo, obligarlo a admitir el dolor del recuerdo. Me molestaba esa distancia de taxidermista con que hablaba de su infancia. Sin embargo, con la misma sonrisa de antes -¿a quién le estaba pasando ahora la mano por la cabeza?-, respondió que sí, que podía ser. Pero, en definitiva, ese es tu problema, ¿no…? Quien quiere contar la historia sos vos.
Es fácil odiarlo. Tan fácil como resulta aprender a su lado. Niega su aprendizaje zen, aunque yo nunca pretendí mencionarlo como algo a lo Kung-Fú, pequeño saltamontes y todo eso. Pero sus respuestas, sus silencios, la manera en que te da vuelta, como un cachetazo, y hay que cerrar los ojos y contar hasta diez, para no matarlo, porque te ha metido el dedo en plena hemorroide, es de puritito maestro hincha pelotas. Me da igual que lo haya leído, soñado, o pasado diez años en el Tíbet.
-Dale, ahora metele esos años de piernas cruzadas. Seguro que te va a facilitar la búsqueda de lo que no sabemos sobre él.
-Da igual, Ele, entre lo que calla y lo que niega…
-Pero se trataba de entenderlo a partir de su infancia. O su no infancia, como vos decís. Con suerte, ya llegaremos a la otra parte. Hablame de lo que sí te contó, o lo que después fuiste averiguando. Todo rompecabezas surge, si se arma bien, a partir de las imágenes conocidas.
-De acuerdo. A lo mejor ese manejo de la casuística viene de ahí. ¿Te he contado mi teoría sobre el nacimiento no discriminado de las teorías?
-Algo discutimos ya, creo recordar, pero era sobre los mitos y leyendas. ¿Estás seguro que, aparte de darte brillo, va a servir para algo?
-Todo lo que ayude a pensar sirve. Por ejemplo a disfrutar tanto un ensayo como una novela. Lo que te pasa es que sos un jodido. Si se te hubiera ocurrido a vos te parecería de lo más pertinente. ¿O no…?
-Dale, por favor. Ardo en deseos de escucharte.
-Es lo mismo que en los mitos, ancestrales o no. Para separar al hombre del hombre, tratan de convencernos que distintas civilizaciones producen distintas explicaciones a sus dudas y miedos. Cuando la diferencia apenas existe en las lenguas o formas de expresarlo. Pero esas preocupaciones son siempre las mismas en cualquier hombre y en cualquier punto del planeta. La montaña, el río, o el desierto, condicionan matices de expresión, forjan un carácter duro o melancólico. Y las religiones, claro, las religiones condicionan la libertad de razonar a pleno. Sin embargo quien lo hace llega a las mismas o parecidas conclusiones. No hay un pensamiento de oriente y otro de occidente.
-¿Estás seguro…?
-No seás boludo. No me refiero a las recopilaciones escritas. Eso es lo impreso y publicado. O sea lo admitido por el poder de cada lado como representativo. La historia oficial. Decime ahora que la historia oficial es la verdad, en cualquier parte del mundo. Un individuo en Osaka, la Patagonia, o Illinois, razona sobre sus dudas y problemas e implementa métodos que lo ayudan a enfrentarlos. Quizás no encienda velas, ni sepa lo que es la postura del loto, pero se sienta con el mate, en el patio de atrás, y pierde la mirada en las nubes, o entre los pinos, porque ha descubierto que eso le permite calmarse. Y cuando vuelve a aquello que le acuciaba nota una claridad, una tranquilidad, que transforma el panorama y le presenta la cuestión como más desnuda y simple. No me mirés así, es un ejemplo improvisado. Lo importante es entender que los nombres de meditación trascendental, mente en blanco, imperativo categórico, nirvana, etc., son estúpidas marcas registradas, apropiaciones sociales de las que se habrían reído quienes las inventaron. Que podés llegar al mismo punto sin ritos ni lecturas. No hay exclusividad geográfica para el pensamiento. Y no, no niego ni el estudio ni el aprendizaje, digo que puede suceder sin eso. Que la rueda tal vez se inventó en Asia, pero a lo mejor un indio en el Amazonas ya hacía rodar sus cargas con troncos recortados.
-Maravilloso, Doctor. ¿Pero todo eso es para sugerir que nuestro personaje era un maestro zen autodidacta?
-Quedate con lo de autodidacta, que es seguro. Desgraciadamente de sus zonas oscuras nunca conseguí que hablara.
-A lo mejor no las tiene. Creo que tu imaginación se dispara en eso.
-Sí que las tiene. Ya vas a ver cómo vos también empezás a notarlas.
-Bueno, reconozco que en algunas cosas…
-En más de las que nos gustaría. Si yo no me hubiera tomado el trabajo de visitar a un montón de gente allá, antes de venirme, y algunos ahora acá, su infancia, la familia, todo eso, tendríamos un hueco apreciable a la hora de entenderlo. Y mirá que de esos temas sí que charlamos un huevo.
-Macanudo. Sabemos entonces, según vos, que estaba destinado a ser un antisocial porque no jugaba. Que era obediente, responsable, buen alumno…
-Cuando yo digo que sos un jodido… No te burlés. Era así, y justamente eso le producía un quilombazo en el bocho. Digamos que en realidad el quilombo no se le armó hasta que no se cambiaron de casa. Mientras vivían en el Centro, en un conventillo de la calle Lima, su mundo era inquebrantable. Las pautas que lo regían no entraban, o casi no entraban, en colisión perceptible con el resto. Aquellas cuestiones que hubieran podido inquietarlo, o llevarlo a preguntarse los por qués, eran apartadas con la convicción que sus padres, dioses absolutos de esa época, resolvían siempre lo mejor, no podían equivocarse.
-¿Era un conventillo? Entonces vivían en una misma habitación los tres, ¿no?
-Ya empezás a aportar algo. Cómo se nota que estuviste casado con una sicóloga. No, Ele, sería un dato interesante, pero no dormía en la misma pieza que los padres. Aunque esto también marca y define. Ya en España, no bien nacer, el padre decidió que pusieran su cuna en otra habitación. Y parece que, tras llorar un poco, se calmó y no volvió a molestarlos por la noche.
-Ché, no me parece mal. Al contrario, fomentás su independencia.
-Me convenciste. Seguro que lo hicieron por eso. Ambos deseaban, por encima de todo, un hijo independiente y libre. El que está brillante hoy sos vos, eh. Ya hablaremos de eso, no te preocupés. No, la zona que les tocaba a ellos en ese departamento -pude visitarlo-, era la terraza, a la que se subía por una escalera metálica de caracol. Tendría unos diez metros de ancha, con una pieza en cada extremo, y una especie de cocina-lavadero al medio, techada con zinc. La habitación más grande tenía la cama de los viejos, un ropero, un aparador, y una mesa con sillas. En la otra apenas alcanzaba para la camita de él y un baúl, sin ventanas. Era su lugar para la siesta y la noche. Según contaba no tiene ningún recuerdo especial de ella, ni de que le molestara esa separación. Al principio la madre lavaba, cosía, y planchaba ropa que le traían. Así que se pasaba el día hablando con él, y enseñándole a leer y escribir. Dos años después, cuando entró al colegio, ya hacía rato que leía cualquier revista que cayera en sus manos, o copiaba párrafos del Selecciones del Reader´s Digest, que les pasaba Doña Josefa, la dueña del departamento, que vivía en la parte de abajo.
En realidad toda su educación fue obra de la madre. Esos cinco o seis años que, según dicen, son los que forman las principales características de una persona estuvieron en sus manos. Mientras vivieron en España, en la Casa Cuartel de la Guardia Civil, ya que el padre pertenecía a este cuerpo, la única compañía que ella tenía era el hijo. Además, y con cierta razón, consideraba a las otras mujeres muy por debajo de su formación. La extracción social de los policías no varía demasiado en el orbe. Casi siempre está compuesto por los que no saben hacer nada, y robar les da miedo. Antonio, el padre de Jorge, se acercaba bastante a esa definición. Ya te contaré su historia. Pero fundamentalmente se enroló en la Guardia Civil al ser rechazado por la vista en la carrera militar. El típico hombre débil e inseguro, que necesita esconderse tras un uniforme.
La madre había sido una estudiante ejemplar. Con trece o catorce años el gobierno de la República la había becado para estudiar Pedagogía en Alicante. El estallido de la guerra civil truncó eso. Y claro, cuatro años después no estaban las cosas para reclamarle a Franco que mantuviera los subsidios de estudios para los menos favorecidos económicamente. No, no hace falta que me lo preguntés, yo tampoco tengo idea por qué ambos padres son tan acérrimamente franquistas, cuando a ella claramente la perjudicó. Acordate que, ante todo, es católica, apostólica, romana, y no sé si me dejo algo. Supongo que diría el señor me lo dio, el señor me lo quitó, alabado sea, etc. En eso no ha cambiado, también con ella hablé tupidito, y es de las que con dios me acuesto, con dios me levanto. Sí, nos reímos porque a nosotros no nos tocó de madre, pero este pobre se la manyó lungo.
Pero, bueno, la cosa es que su preparación, en la España que quedó tras la guerra, y más en ese ambiente, la separaba mucho de los gustos y conversaciones de las otras familias que componían el cuartel. Y encima a los maridos les tocaba ausentarse bastante seguido en partidas de rastrillaje a las zonas montañosas que aún pudieran guardar maquis, que es como llamaban a la resistencia sobreviviente. Mal asunto para los asustados, aunque grupalmente belicosos guardias. Y malo también para ellas, que vivían con el alma en un hilo, aguardando la funesta noticia de algún enfrentamiento y una bala perdida. No le tocó. Pero sí tuvo que apechugar con esa vida enclaustrada, en la que sólo tenía la diaria asistencia a la iglesia del pequeño pueblo. O sea que su única compañía y, digamos interlocutor válido, fue el chico.
-¿Y el marido…?
-Bueno, al respecto ella cuenta una anécdota bastante demostrativa. Parece ser que en los últimos años de noviazgo estuvieron bastante alejados, porque no bien terminar la guerra Antonio se enroló voluntario para cumplir el servicio militar, después intentó continuar su carrera en la aviación, que es cuando lo rechazaron por la vista, y terminó por ingresar a la Guardia Civil. El asunto es que durante todo ese tiempo él le escribía inflamadas cartas de amor, que ella leía y releía mientras hacían planes de boda. Finalmente se casaron, y sólo dispusieron de un permiso de tres días como luna de miel. Así que en la primera noche, ya en su casa, ella dispuso la cena frente al hogar encendido, y en cuanto acabaron abrió la caja de cartón donde guardaba aquella correspondencia, atada con cintas de colores, y arrobadamente le propuso que la leyeran juntos, para escucharle repitiendo aquellas frases tan hermosas. Pero él le pegó un empujón a la caja, volcando su contenido, y le dijo que se dejara de pamplinas. Que eso no eran más que tonterías de chicos, cosas que se dicen sin pensar. Y acto seguido se fue al dormitorio. Según me contó ella fueron las primeras y amargas lágrimas de su matrimonio. Jura que sintió cómo se le rompía algo por adentro, y cómo se iba prometiendo a sí misma que nunca más tendría una actitud de amor hacia ese hombre, mientras iba rompiendo una a una las cartas y tirándolas al fuego. El rencor con que lo contaba, casi treinta años después, era paralelo al orgullo de afirmar que había cumplido con lo prometido. Es inútil preguntarse por qué siguieron juntos. Ya sabés, el sagrado sacramento del matrimonio, una esposa debe seguir a su marido hasta que la muerte los separe. Toda esa parafernalia, que en su caso podés leer perfectamente como no voy a parar hasta que te destruya y te entierre, hijo de puta. Aunque no se permitiría expresarlo así, claro. Pero siguiendo su historia es imposible imaginar siquiera otra cosa. El desolador panorama de tantas y tantas parejas que, tras cometer el error de una unión, por calentura, conveniencia, o lo que sea, asumen el castigo, el sacrificio hasta las últimas consecuencias. Y arrastran, en esa aniquilación de odio y resentimiento mal disimulado, ristras de hijos que a su vez crecerán mamando ese destilado bajo mentirosos nombres, que no los ayudarán precisamente a entender el mundo en que los han metido. ¿Por qué lo hacen? ¿Qué estúpida ley es esa que no nos permite corregir un error? ¿Por qué en el mundo del trabajo no rige igual? ¿Es más importante la obtención de ganancias, que la de la una vida equilibrada y feliz? Por lo visto sí. La ley de acierto y error vale para la ciencia, o la producción, pero no para la vida cotidiana. Cómo nos vamos a extrañar de los resultados. El César tiene que pensar de una forma en su casa, y de la contraria en el trabajo. Lo difícil sería que no la cague en los dos lados.
Vaya a la mierda. Jorge la escuchaba a la puta de la suegra, narrando su promesa de no darle nunca más el gusto a su marido en plena luna de miel. Y resulta que en su casa, con algunas variantes, compartían la escena inicial. También en su caso lo difícil sería no cagarla en ambos lados. Momento en el que nos detuvimos para esta revisión, cada vez más pertinente y necesaria. Porque Pilar, esa mujer resentida, es quien lo crió. No pudiendo hablar, descargarse con nadie más, desde su nacimiento lo hizo su obligado confidente y alumno. Para Jorge esa voz fue la voz del saber absoluto.